domingo, 9 de octubre de 2022

#A352 Amor que Guía

 


Introducción


Cuando nos acercamos a Dios, muchas veces ese primer pulso inicial tiene que ver con una búsqueda inerte hacia el amor. Sabemos que todo lo mundano es tirano y mentiroso, solo en su presencia conseguimos algo verdadero.

Dios es amor, lo escuchamos todo el tiempo y en todas partes, no hay duda. Sin embargo la idea que las personas tienen del amor, no siempre corresponden con el amor puro y verdadero que él nos propone. A pesar de esto, en lugar de abandonar, debemos persistir y aventurarnos a ser guiados por ese amor.

Mientras en otras actividades necesitamos ser guiados constantemente por nuestra razón, con Dios debemos estar preparados para aceptar algo mas profundo y fuera de nuestro entendimiento. Éste amor es sobrenatural y en tanto, debemos estar dispuestos a qué nos transforme.

Amar y ser amados de la manera en que Dios quiere, es un proceso encausado por la fe. Cuando alguien todavía no cree lo suficiente, no puede decodificar el mensaje que Jehová tiene para su vida.

I. Ser guiados por el amor – Caracterización del amor


1. Amamos porque Él nos amó primero (1 Juan 4:19)


El amor no es un invento de la humanidad, o un entramado complejo de circunstancias. 

Amamos porque es el sentido de nuestra existencia y su raíz es el Creador. 

Él ama su creación y nos permite compartir y vivir de ese amor, de otra manera sería imposible.

Cuando nos acercamos a su presencia, él empieza a darnos de ese amor que parecía inexistente. 

Empezamos a actuar de manera distinta hacia los otros, y nuestra mirada cambia de manera irremediable. 

Dios es quién permite que esto sea posible, cuando aceptamos y priorizamos su amor en nuestras vidas.

Intentar amar a alguien sin aceptar primero el amor de Dios, resulta prácticamente imposible

No hay manera pues su ley es la que rige todo movimiento existente en la tierra. 

Empecemos creyendo que el amor no nos pertenece, es un don divino.

2. Guiados por el amor porque el amor es el mandamiento principal (Juan 15:12)


Seguir a Dios no es simplemente decirlo ó intentar aparentarlo. 

Dios no es superficial. 

Él nos demanda acciones, hábitos y enseñanzas. 

Nos da orden, pues el verdadero amor es organizado, por eso el mundo está tan lejos de conocerlo. 

Éste amor requiere de esfuerzo, esa es la parte qué menos suele gustar a la humanidad, pero sin duda la mas importante. 

Jesús enseñó qué el principal mandamiento del Padre era amar de la manera en que él nos ama

Esto significa de manera apasionada, haciendo el bien, de forma perenne, sin mirar intereses de por medio. ¿Es sencillo? No. ¿Es imposible? Tampoco.
Cuando tomamos éste mandamiento cómo él rector de nuestras vidas, comprendemos mejor lo qué Dios nos pidió a través de Jesús. Por ejemplo, quién anda en el mundo quizá cuestione qué sí alguien nos hiere una mejilla, debemos volver la otra.

Esa es la voluntad de Dios, y solo en la fe y el amor podemos experimentar qué no es imposible. (Mateo 5:38-46

Es la diferencia entre ser verdaderos hijos de Dios y seguir formando parte del mundo.

3. Guiados por el amor – El amor es apasionado (Efesios 5:2)


Dios realmente nos enseñó el significado de la pasión al permitir el sacrificio de su hijo, por nuestra salvación. 

Éste acto es el eje central en el qué debemos pensar cuando queremos entender la magnitud de su amor.

Es probable que cuando aceptemos vivir en el Evangelio, debamos sufrir en su nombre. 

En Filipenses 1:29-30 se nos explica qué creer, también significa padecer. 

La pasión es estar dispuestos a aceptarlo, y la pasión en Cristo se diferencia en qué confiamos que Dios siempre está a nuestro favor. Es decir, no sufrimos en vano.

La parte central de amar con pasión, es saber qué cualquier dolor experimentado, es es pos de la obra de Dios. 

Así como Jesús padeció para que se honre el nombre del Padre, nosotros también debemos estar disponibles y dispuestos. De esto se trata el verdadero amor qué nos enseña su Palabra.

II. Ser guiados por el amor – Consecuencias


1. Al ser guiados por el amor, el amor transforma (Colosenses 3:5-14)


Cuando algo realmente conmueve nuestra vida, por consecuencia nos transforma. 

Por ejemplo, los padres no vuelven a ser los mismos después de varios años de criar un hijo. 

Es una experiencia qué impacta y qué marca la diferencia.

El amor de Dios actúa de ésta manera. Nos toma y nos hace de nuevo. Por ello a medida que vamos amando y apropiándonos de sus enseñanzas, renunciamos al pecado. 

Es necesario qué lo hagamos, no opcional.

La violencia, el odio, resentimiento y egoísmo no tienen cabida cuando se trata de amar a Dios. 

Debemos alejarnos de todo aquello que contamine nuestro templo, y de esta manera poder seguir inundando nuestro espíritu del Evangelio.

2. Cuando somos guiados por el amor todo coopera para bien (Romanos 8:28)

Cuando la fe nos mueve y aumentamos nuestro amor hacia el Padre, tenemos seguridad en qué todo nos sale bien. 

A pesar de la aflicción nuestra vida está encaminada, estamos bajo su protección y nuestros pasos tienen propósito.

El amor de Dios dibuja ese mapa qué nos indica exactamente lo que debemos hacer. Conocerlo es aprender qué solo en su amor podemos vislumbrar su Gloria e inmensidad.

Es por esto qué la pasión se vuelve un regocijo, mas no una tortura. Es decir, padecemos alegremente. Pues nos vestimos de amor para ir a todas las partes que Jehová quiera llevarnos.

3. No estamos solos nunca más (Mateo 28:19-20)


La Palabra de Dios nos asegura qué su amor es esperanza y gozo sin fin. 

Tiene ese calor característico y fraternal que recuerda a la niñez pero que no hace mas que expandirse. 

Él nos acompaña de la manera mas incondicional y pura qué existe.

¿Hasta cuando dura su amor? Podemos estar tranquilos de que jamás abandona. 

El Amor De Dios es Eterno.

La Biblia nos asegura que Él estara con nosotros hasta el fin del mundo, cuyos tiempos están bajo la orden del Padre. 

En esto se distinguen los amores y placeres carnales, a los dones divinos de Dios. 

En un mundo donde domina la pérdida, él permanece como la única promesa real. 

Nuestro propósito en éste mundo debe ser alcanzar sus promesas y vivir en esa salvación. ¿Estamos preparados?

Aceptar ser guiados por un amor tan real es aceptar que la tristeza es estacional, que el dolor se mueve, pero que hay algo real y que dura para siempre.

Conclusión

Jehová se encarga de no dejar cabos sueltos en los mensajes que nos transmite a través de su Palabra. 

Es claro al enseñarnos que sin amor no hay propósito. 

Sin esa expresión de su presencia seríamos como objetos planos y sin funcionamiento. 

Su amor nos da profundidad.

El Padre nos guía hacia un amor apasionado, en algunas situaciones doloroso, porque eso es lo que implica la pasión. 

Sin embargo, jamás en vano. 

Ser hijo de Dios nunca es una pérdida, pues aunque exista la aflicción, éste amor es lo único capaz de mantenernos a flote.

Su amor está sustentado en una fe firme y solo puede expandirse. 

El amor de Dios no tiene fin, dura lo que nosotros queremos que dure. 

Solo debemos cuidarlo y avivarlo como lo único indispensable en nuestras vidas, porque realmente lo es.

En el Amor del Señor...

Ps. JORGE MACIAS BENITEZ.
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domingo, 18 de septiembre de 2022

#A349 El Poder del Amor

 Nueva Serie: El Más Grande Poder

Jorge Macías B.

17 de septiembre de 2022




#A349 El Poder del Amor


Hoy en mi corazón mueve el Señor el compartirles al respecto de esta que es una gran verdad doctrinal y, basándome en ella, predicar con mucha propiedad un sermón doctrinal cuya esencia pudiera ser la Gracia soberana de Dios. 


El amor de Dios es, evidentemente, previo al nuestro: “él nos amó primero.” 


El texto establece muy claramente que el amor de Dios es la causa de nuestro amor, pues “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” 


Remontándonos al tiempo antiguo, o más bien, antes de todo tiempo, cuando nos enteramos que Dios nos amó con un amor eterno, deducimos que la razón de Su decisión no es que nosotros le hayamos amado, sino que Él quiso amarnos. 


Dice la Palabra de Dios:


“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.”  1a. Juan 4:19


Sus razones, y Él tenía razones (pues leemos acerca del consejo de Su voluntad), son conocidas sólo por Él mismo, pero no se han de encontrar en alguna bondad inherente a nosotros o que fuera previsto que existiría en nosotros. 


Fuimos elegidos simplemente porque Él tendrá misericordia del que tenga misericordia. 


Él nos amó porque quiso amarnos. 


El don de Su amado Hijo, que fue una consecuencia directa de Su elección de Su pueblo, fue un sacrificio demasiado grande de parte de Dios para haber sido motivado en Él por alguna bondad en la criatura. 


No es posible que la piedad más sublime mereciera una bendición tan grande como fue el don del Unigénito. 


No es posible que algo en el hombre hubiera merecido la encarnación y la pasión del Redentor. 


Nuestra redención, como nuestra elección, se origina en el amor espontáneo de Dios. 


Nuestra regeneración, en la cual somos hechos partícipes reales de las bendiciones divinas en Jesucristo, no fue de nosotros ni por nosotros; no fuimos convertidos porque nos inclinábamos ya en esa dirección, ni tampoco fuimos regenerados debido a que hubiese por naturaleza algo bueno en nosotros, antes bien, debemos enteramente nuestro nuevo nacimiento a Su poderoso amor, que trató eficazmente con nosotros haciéndonos pasar de muerte a vida y de las tinieblas a la luz. 


Nos hizo volver de la alienación de nuestra mente y de la enemistad de nuestro espíritu a esa deleitable senda de amor en la que ahora vamos viajando a los cielos. 


Como creyentes en el nombre de Cristo 


“no somos engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” 


La esencia del texto es que el espontáneo amor de Dios, nacido de Él mismo, ha sido el único medio de llevarnos a la condición de amarlo a Él. 


Nuestro amor por Él es como un mustio riachuelo que se apresura en su curso al océano porque de allí provino. 

Todos los ríos van a dar a la mar, pero sus aguas se originaron en ella: las nubes que fueron exhaladas por el poderoso océano fueron destiladas en lluvias y llenaron las corrientes. 


Allí se encuentra su causa primera y su origen primigenio, y, como sí reconocieran la obligación, rinden a cambio un tributo a la fuente engendradora. 


El oceánico amor de Dios que es tan vasto que ni siquiera el ala de la imaginación podría recorrerlo, envía sus tesoros de la lluvia de la gracia que caen en nuestros corazones y son como las dehesas del yermo; hacen que nuestros corazones se desborden y que la vida impartida fluya de regreso hacia Dios en arroyos de gratitud. 


Todas las cosas buenas son Tuyas, grandioso Dios. 


Tu bondad crea nuestro bien. 


Tu infinito amor por nosotros genera nuestro amor por Ti.


Pero, queridos amigos, yo confío que después de muchos años de instrucción en las doctrinas de nuestra santa fe, no necesito seguir por la trillada senda doctrinal, sino que puedo guiarlos por una senda paralela, en la que puede verse la misma verdad desde otro ángulo. 


Me propongo predicar un mensaje práctico, y posiblemente esto sea más acorde con el sentido del pasaje y con la mente de su escritor, de lo que sería un discurso doctrinal. 


Veremos el texto como un hecho que hemos probado y comprobado en nuestra propia conciencia.

Bajo ese aspecto, el enunciado del texto es que: un sentido del amor de Dios por nosotros es la causa principal de nuestro amor a Él. 


Cuando creemos y sabemos y sentimos que Dios nos ama, nosotros lo amamos a cambio como un resultado natural. 


En la proporción en que nuestro conocimiento se incrementa, nuestra fe se fortalece y se profundiza nuestra convicción de que realmente Dios nos ama, y nosotros, desde la propia constitución de nuestro ser, somos constreñidos a entregar a cambio nuestros corazones a Dios. 


La Ministración de hoy, por tanto, fluirá en ese canal. 


Que Dios nos conceda que Su Santo Espíritu lo bendiga para cada uno de nosotros.


Consideraremos de entrada LA NECESIDAD INDISPENSABLE DEL AMOR A DIOS EN EL CORAZÓN.


Hay algunas gracias que, en su vigor, no son absolutamente esenciales para la pura existencia de la vida espiritual, aunque son muy importantes para su sano crecimiento; pero el amor a Dios tiene que estar en el corazón, o de lo contrario no hay allí ninguna gracia de ningún tipo. Si alguien no ama a Dios, no es un hombre renovado. 

El amor a Dios es una marca que siempre está asentada sobre las ovejas de Cristo, pero nunca está asentada sobre nadie más.


Al reflexionar sobre esta sumamente importante verdad, quiero que consideren el contexto del texto. 


Encontrarán en el versículo séptimo de este capítulo, que el amor a Dios es establecido como una indispensable señal del nuevo nacimiento. 


“Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.” 


Entonces no tengo ningún derecho a creer que soy una persona regenerada a menos que mi corazón ame a Dios verdadera y sinceramente. 


Sería vano que yo, si no amara a Dios, citara el certificado que registra una ceremonia eclesial y dijera que eso me regeneró. Ciertamente no hizo eso, pues de otra manera se habría presentado el resultado seguro. 


Si he sido regenerado, yo podría no ser perfecto, pero sí puedo decir esto: 


“Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo.” 


Cuando por la fe recibimos el privilegio de convertirnos en hijos de Dios, recibimos también la naturaleza de hijos y con amor filial clamamos: “¡Abba, Padre!” 


Esta regla no tiene ninguna excepción. 


Si un hombre no ama a Dios, tampoco ha nacido de Dios.

 

“Muéstrenme un fuego sin calor y entonces pueden mostrarme una regeneración que no produce amor a Dios, pues así como el sol tiene que producir su luz, así un alma que por la gracia divina ha sido creada de nuevo, tiene que poner de manifiesto su naturaleza mediante un sincero afecto hacia Dios.” 


“Os es necesario nacer de nuevo” 


Ahora, cualquier persona no han nacido de nuevo a menos que amen a Dios. 


Cuán indispensable es entonces el amor a Dios.


En el versículo octavo se nos informa que el amor a Dios es una señal de que conocemos a Dios. 


El verdadero conocimiento es esencial para la salvación. Dios no nos salva en las tinieblas. 


Él es nuestra “luz y nuestra salvación.” 


Somos renovados en conocimiento a imagen del que nos creó. 


Ahora, “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.” 


Todos ustedes han sido enseñados desde el púlpito, todos ustedes han estudiado las Escrituras, todos ustedes han aprendido de los eruditos, todos ustedes han recogido información de las bibliotecas, pero todo eso no es ningún conocimiento de Dios en absoluto a menos que amen a Dios, pues en la verdadera Fe, amar y conocer a Dios son términos sinónimos. 


Sin amor ustedes permanecen todavía en la ignorancia, una ignorancia del tipo más infeliz y ruinoso. Todos los logros son transitorios, si el amor no funge como sal para preservarlos. 


"Cesarán las lenguas y la ciencia acabará. Solo el amor permanece para siempre.”


Tienen que tener este amor o serán necios para siempre. 


Todos los hijos de la verdadera Sion son instruidos por el Señor, pero ustedes no son instruidos por Dios a menos que amen a Dios. 


Vean, entonces, que estar desprovistos del amor a Dios es estar desprovistos de todo verdadero conocimiento de Dios, y por tanto, de toda salvación.


Además, el capítulo nos enseña que el amor a Dios es la raíz del amor a los demás. 


El versículo once y doce dice: 


“Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.” 


Ahora, si alguien no ama a los cristianos, no es cristiano. 


Quien, estando en la iglesia, no es parte de ella de alma y corazón, no es sino un intruso en la familia. 


Pero como el amor a nuestros hermanos brota del amor a nuestro único Padre común, es claro que tenemos que sentir amor a ese Padre, o de lo contrario, fallaremos en una de las señales indispensables de los hijos de Dios. 


“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” 


Ciertamente, no podemos amar verdaderamente a los hermanos a menos que amemos al Padre; por tanto, si carecemos del amor a Dios, carecemos de amor a la iglesia, lo cual es una marca esencial de la Gracia.


Además, ateniéndonos al sentido del pasaje, descubrirán por el versículo dieciocho que el amor a Dios es un importantísimo instrumento de esa santa paz que es una señal esencial de un cristiano. 


“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo,”  


Donde no hay amor no hay tal paz, pues el miedo, que tiene tormento, turba el alma; de aquí que el amor sea un compañero indispensable de la fe, y cuando están juntos, el resultado es la paz. 


Donde hay un ferviente amor a Dios allí está establecida una santa familiaridad con Dios, de donde fluyen la satisfacción, el deleite y el descanso. 


El amor debe cooperar con la fe y echar fuera al miedo, de tal manera que el alma puede tener arrojo delante de Dios.


¡Oh, cristiano!, tú no puedes tener la naturaleza de Dios implantada en ti por la regeneración, ni tampoco puede revelarse en amor a los hermanos, ni puede florecer con las hermosas flores de la paz y el gozo, a menos que tu afecto esté puesto en Dios. 


Él ha de ser entonces tu sumo gozo. Deléitate asimismo en Jehová. Oh, amen al Señor, ustedes, Sus santos. 


Oh, amen a Jehová, todos vosotros Sus santos.


Si buscamos nuevamente en la epístola de San Juan y seguimos sus observaciones hasta el siguiente capítulo y el tercer versículo, vemos también que el amor es la fuente de la verdadera obediencia. 


“Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos.” 


Ahora bien, un hombre que no obedece los mandamientos de Dios, evidentemente no es un verdadero creyente, pues, aunque las buenas obras no nos salvan, con todo, siendo salvos, los creyentes han de producir inevitablemente buenas obras. 


Si bien el fruto no es la raíz del árbol, con todo, un árbol bien arraigado, a su tiempo producirá sus frutos. 


Entonces, aunque el cumplimiento de los mandamientos no me hace un hijo de Dios, siendo un hijo de Dios, seré obediente a mi Padre celestial. 


Escucha, no puedo ser obediente a menos que ame a Dios. 


Una mera obediencia externa, un decente reconocimiento formal de las leyes de Dios, no es obediencia a los ojos de Dios. 


El Señor aborrece el sacrificio carente de corazón. 


Yo debo obedecer porque amo, pues de lo contrario no he obedecido del todo en espíritu y en verdad. 


Vean entonces que para producir los frutos indispensables de la fe salvadora, tiene que haber amor a Dios, pues sin fe, esos frutos serían irreales y verdaderamente imposibles.


Espero que no sea necesario que continúe con este argumento. 


El amor a Dios es tan natural para el corazón renovado como es para el bebé el amor a su madre. 


¿Quién necesita razonar con un niño para que sienta amor? 


Si tienes la vida y la naturaleza de Dios en ti, ciertamente buscarás al Señor. 


Así como la chispa, que contiene la naturaleza del fuego, asciende a lo alto para buscar al sol, así el espíritu nacido de nuevo busca a su Dios, de quien ha obtenido la vida. 


Escudríñense, entonces, y vean si aman a Dios o no. 


Pongan sus manos sobre sus corazones y como en presencia de Aquel cuyos ojos son como llama de fuego, respóndanle. 


Conviértanlo en su confesor en esta hora. 


Respondan esta sola pregunta: “¿Me amas?” 


Yo confío que muchísimos de ustedes serán capaces de decir:


“Sí, te amamos y te adoramos; Oh, ansiamos gracia para amarte más.”


Todo esto fue necesario para conducirnos al segundo paso de nuestro discurso. 


Que el Espíritu Santo nos guíe en la prosecución del tema. 


En el Amor del Señor


Ps. Jorge Macias Benitez

domingo, 24 de julio de 2022

#A342 Perseveremos

Serie: Tiempo de Revolución 



Ps. Jorge Macías Benitez 

17 de Julio del 2022 



Introducción


Hola buenos días, ¡Bienvenidos a esta Casa, la Casa de Dios, Reino de Dios Ministerios!


Soy el Pastor Jorge Macías Benítez, su hermano e Hijo de Dios; también de corazón te tiendo la mano, te abro el corazón y te quiero recibir, dar un abrazo…¡¡¡¡en el Amor del Señor!!!

Amadas y amados e la Fe, el oyente más ávido puede confundir fácilmente sus pensamientos con nuestras palabras, y atribuirnos de esa manera conceptos que brotan espontáneamente de su propia mente. 

Así, no es extraño encontrare con personas que piensan que  aunque un hombre sea Salvo en Jesucristo, después de todo, puede perecer. 

En las reflexiones que comparto en línea, así como estos mensajes, me encuentro con personas que toman el texto del mensaje y lo interpretan de una forma incompleta, o de plano equivocada.

Así me sucedió con algo que compartí, durante la semana e los muros en Facebook, trasmitiendo en vivo.

Lo que pretendía decir, aunque no me sorprende que no se me hubiese entendido adecuadamente, era esto: que el Salvo tiene que ser siempre un creyente; que habiendo comenzado en esa certeza, tiene que continuar en esa certeza y el Fruto lo muestra. 

Así lo dice Gálatas 5: 22-23.

Ahora, la alternativa en caso de NO Permanecer para esa persona, sería que regresara a la perdición, en cuyo caso perecería como un incrédulo, y entonces la inferencia sería que la fe que parecía tener era una mentira, que la confianza de la que parecía disfrutar era una burbuja, y que realmente no creyó nunca para salvación de su alma. 

Este es un argumento válido basado en la operación del Espíritu de Dios y no es de ninguna manera una condición dependiente del buen comportamiento de los individuos. 

La única vía por la que un alma es salvada es porque esa alma permanece en Cristo; si no permaneciera en Cristo, sería descartada como un pámpano y se secaría. 

Por otra parte, sabemos que quienes están injertados en Cristo permanecerán en Cristo. 

Veamos el fundamento esta tarde del domingo 24 Julio del 2022:

“Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.” 

Juan 10:28.

El Título del mensaje hoy, es:

#A342 Perseveremos


Oremos


Profundicemos


Si vamos a nuestro razonamiento a la manera del apóstol Pablo quien, después que hubo hablado del peligro en que algunos se encontraban consistente en que habiendo comenzado bien, terminaran mal. 


Es entonces que después de ser iluminados y de gustar de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, recaen.


Pablo agrega: 


“Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así.” 


Ahora, amada, amado e la Fe, la #Certeza de la #Perseverancia del Salvo hasta el fin y la seguridad de su ingreso en el eterno reposo, son - o al menos para nosotros, debieran ser - incuestionables. 


Se me viene a la mente de inmediato este texto: 


“Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.”


Las tres cláusulas de esta oración representan para nosotros tres seguridades llenas de gracia. 


He aquí un don divino: “Yo les doy vida eterna”; una promesa divina que es amplia y de largo alcance: “no perecerán jamás”; y un asidero divino: “ni nadie las arrebatará de mi mano.”


Don Divino


La vida eterna viene a todo el que la recibe en calidad de un don. 


El ser humano no la poseía cuando entró por primera vez en el mundo. 


Nació del primer Adán, y nació para vida eterna, aunque luego murió. 


No la extrajo de sí mismo ni provocó su desarrollo en su interior mediante algunos procesos misteriosos. 


No es un cultivo de casa, ni es un producto del suelo de la humanidad: es un don. 

Tampoco es otorgada la vida eterna como una recompensa por servicios prestados. 


No podría ser, pues es un prerrequisito previo a la realización del servicio. 


El término “don” excluye toda idea de deuda. 


Si es por un don, o por gracia, no es por deuda o por recompensa, es un Regalo. 


Entonces, siempre que la vida eterna es implantada en el alma de alguna persona, eso se realiza como un don gratuito del Señor Jesucristo; no como algo merecido, sino como algo otorgado a personas indignas. 


Por esto no vemos ninguna razón por la que deba serle revocada a la persona que la ha recibido. 


Ahora, supongamos que hubiera ciertos motivos de descalificación en la persona que ha participado del don; con todo, esas descalificaciones no podrían operar para impedir que disfrute de la bendición, como tampoco pudieron impedir que la recibiera inicialmente, aun si hubiesen sido tomadas en cuenta. 


El don no le llega a la persona por causa de algún merecimiento propio, sino que le llega como una dádiva. 


No hay ninguna razón por la que una vez que cobra existencia no deba continuar, ni hay razón por la que el uso del tiempo presente de verbo dar, tal como lo tenemos aquí, no deba describir siempre un hecho presente. “Yo les doy”— continúo dándoles—“vida eterna.” Dice…

Ese hecho no puede verse afectado por una indignidad descubierta posteriormente, porque Dios conoce lo porvenir desde el principio. 


Cuando Él otorgó la vida eterna a la persona que la posee, conocía muy bien cada imperfección y cada falla que habrían de presentarse en esa persona.


Esas fallas, si hubieran constituido en absoluto razones, habrían sido un motivo para no otorgarla, antes que para darla y quitarla de nuevo. 


Ahora, claramente es inconsistente con los dones de Dios, el que estos sean anulados alguna vez. 


Tenemos establecido como una regla del Reino, la cual no puede ser violada, que “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.” 


Él no cancela por capricho aquello que ha conferido por Su propia buena voluntad. 


No va acorde con la naturaleza real del Señor, nuestro Dios, otorgar un don de la gracia en un alma, para luego, posteriormente, retirarlo; levantar a un hombre de su natural degradación y colocarlo entre los príncipes, dotándolo de una vida eterna, para luego derribarlo de su excelso estado y privarlo de todos los beneficios infinitos que le ha conferido. 


El propio lenguaje que estoy usando es lo suficientemente contradictorio por sí solo para iid en contra de esa sugerencia. 


Dar la vida eterna es dar una vida más allá de las contingencias de esta presente existencia mortal. 


“Por siempre” es un sello estampado en la carta de privilegio. 


Quitarlo no sería consistente con la regia liberalidad del Rey de reyes aun si fuese posible que tal cosa pudiera suceder. 


“Yo les doy vida eterna.” 


Si Él da, entonces da con la soberanía y la generosidad de un rey; da permanentemente, con una posesión permanente. 


  • Él da de tal manera que no revocará la concesión. 
  • Él da y les pertenece: será de ellos mediante una garantía divina de derechos por los siglos de los siglos.



Podemos inferir la absoluta seguridad del creyente, no sólo del hecho de que esta vida es un don absoluto, y que por tanto, no será retirada, sino también de la naturaleza del don, que es: vida eterna. 


“Yo les doy vida eterna.” “Sí”—dice alguien—“pero se pierde.” 


Entonces no pueden haber tenido una vida eterna. 


Es una contradicción en los términos decir que un hombre tiene vida eterna pero que, no obstante, perece. 


¿Puede sobrevenirle la muerte a lo inmortal, o puede afectar el cambio a lo inmutable, o puede corroer la corrupción a lo imperecedero? 

¿Cómo puede ser eterna la vida si llega a un fin? 

¿Cómo puede ser posible que uno tenga vida eterna y, con todo, que muera de pronto, o que se desplome tal como falla la débil naturaleza en todas sus funciones? 


¡No!, la eternidad no debe ser medida por semanas o meses o años. 


Cuando Cristo dice eterna, Él quiere decir eterna, y si he recibido el don de la vida eterna, no es posible que yo peque de tal manera que pierda esa vida espiritual por algún medio de algún tipo. 


“Es vida eterna.”


Podemos esperar razonablemente que el creyente persevere hasta el fin porque la vida que Dios ha implantado en su interior es de tal naturaleza que tiene que continuar existiendo, tiene que vencer todas las dificultades, tiene que madurar, tiene que perfeccionarse, tiene que echar fuera de sí al pecado y tiene que llevarlo a la gloria eterna. 


Cuando Cristo habló con la mujer samaritana junto al pozo, dijo: 


“El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” 


Esto no podría significar un trago pasajero que calmaría la sed durante una hora o dos, sino que tiene que implicar una participación tal que cambie la constitución real de un ser humano y su destino, y que se convierta en él en un manantial inextinguible. 


La vida que Dios implanta en los Salvos por la regeneración no es como la vida que ahora poseemos por la generación. 


Esta vida mortal pasa. 


Está ligada a la carne, y toda carne es como hierba: se marchita. 


“Lo que es nacido de la carne, carne es.” 


No así la nueva vida que es nacida del Espíritu y es espíritu, pues el espíritu no es susceptible de ser destruido: continuará y perdurará por todos los siglos. 


La vida eterna en el interior de todo hombre que la posee es engendrada en él “no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” mismo. 


Gracias sean dadas al Padre pues es por Él que nosotros hemos 


“renacido para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos.” 


Rastreando esta vida implantada hasta su origen, se dice de nosotros: 


“siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.”  1a. Pedro 1:23


Es una simiente santa. 


No puede pecar, pues es nacida de Dios. 


Somos hechos partícipes de la naturaleza divina, y la nueva vida en nuestro interior es una vida divina. 


Es la vida de Dios en el interior del alma del hombre. 


Nos convertimos en los que hemos nacido dos veces, con una vida que no puede morir como tampoco puede hacerlo la vida de Dios mismo, pues es, de hecho, una chispa que proviene de ese gran sol central; es un nuevo pozo en el alma que extrae sus suministros de la profundidad subterránea, de la inextinguible fuente de la plenitud de Dios. 


Esta es, entonces, una segunda razón para creer en la seguridad y en la perseverancia final del creyente. 


El creyente tiene un don de Cristo, y Cristo no le quitará Su don; él tiene una vida que es en sí misma inmortal y eterna.


Adicionalmente, esta vida en el interior del cristiano que es un don de Cristo, está siempre vinculada a Cristo. 


Nosotros vivimos porque somos uno con Cristo; así como el pámpano succiona su savia de la vid, así también nosotros seguimos obteniendo la sangre de nuestra vida, las provisiones de nuestra vida, de Cristo mismo. 


La unión entre el creyente y Cristo es vital te da Certeza. 


Pues, ¿qué dice nuestro Señor respecto a ella? 


“Porque yo vivo, vosotros también viviréis.” 


No es una relación que pueda ser disuelta o un vínculo que pueda ser cortado, sino que es una necesidad en la que no puede intervenir ningún accidente; es una ley fija del ser:


 “Porque yo vivo, vosotros también viviréis.” 


Que la unión entre Cristo y Su pueblo es indisoluble parece obvio partiendo de las figuras que son utilizadas para ilustrarla. 


Indican de una manera tan contundente que no puede haber ninguna separación, que muy bien podemos decir: 


“¿Quién nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro?” 


¿Acaso no estamos desposados con Cristo? 

¿Qué metáfora podría ser más expresiva? 


El Valor en Cristo


para calcular su valor tienes que tomar la descripción divina de la relación. 


Pues aunque las bodas son secularizadas por nuestras Actas del Parlamento y los lazos nupciales son considerados como contratos civiles, Dios ha declarado que el varón y la mujer constituyen una sola carne; sí, a los ojos del cielo, aquel que se une a una ramera es un solo cuerpo con ella. 


Entonces, si en el matrimonio ordinario el divorcio es posible, y, ay, es demasiado común, cuando acudes a la Escritura encuentras que está escrito que Él odia el repudio. 


Él ha dicho: 


“Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia... y en fidelidad, y conocerás a Jehová.”  Oseas 2: 19-20


El matrimonio entre Cristo y nuestras almas no puede ser disuelto nunca. 


Sería una blasfemia suponer que Cristo pedirá el divorcio, o suponer que se pueda proclamar que Él repudió a quien eligió desde la antigüedad, el mismo para quien preparó el grandioso festín de bodas y para cuya eterna bienaventuranza preparó un lugar en la gloria. 


No, no podemos imaginar unos esponsales que conduzcan a una separación.


Además, ¿acaso no somos miembros de Su cuerpo? 


¿Acaso Cristo será desmembrado? 

¿Perderá Él, cada vez y cuando, un miembro por aquí y otro miembro por allá? 

¿Puedes suponer que Cristo está mutilado? 


Me cuesta pensar y mucho menos expresar el pensamiento de que podría faltar aquí o allá un ojo, o un pie, o un oído para completar la perfección de Su persona mística. 


¡No!, eso no sucederá. 


Los miembros del cuerpo de Cristo serán vivificados tan vitalmente por el corazón y por Él mismo que es la cabeza, que seguirán viviendo, porque Él vive. 


Cuando un hombre se mete en el agua, la corriente pudiera tener naturalmente poder para ahogarlo, pero mientras su cabeza permanezca sobre el agua, no es posible que la corriente ahogue sus pies o sus manos; y ya que Cristo, la cabeza, no puede morir ni puede ser destruido, ni todas las aguas que aneguen a los miembros de Su cuerpo los destruirán, no pueden destruirlos.


Además, la vida del creyente es sustentada constantemente por la presencia del Espíritu Santo en su interior. 

Es un hecho, bajo la dispensación del Evangelio, que el Espíritu Santo no sólo está con los creyentes, sino que está en los creyentes. 


Conclusión


Oh Amadas y amados, Él mora en ellos y los convierte en Su templo. 


La vida, tal como les hemos mostrado, es sui generis, es única, inmortal; es inmortal porque está unida con un Cristo inmortal, pero es también inmortal porque es sustentada por un Espíritu Divino que no puede ser vencido, que tiene poder para enfrentar todo el mal que falsos y perversos espíritus intentan generar para nuestra destrucción, y Quien día con día agrega un renovado combustible a la llama eterna de la vida del creyente en su interior. 


Si no fuese por la permanencia del Espíritu en nosotros, podríamos estar sujetos a alguna duda, pero en tanto que Él continúe permaneciendo en nuestro interior por siempre, no temeremos.


Entonces el primer consuelo que extraemos de nuestro texto es que somos los receptores de un don divino: “Yo les doy vida eterna.”


Tenemos UNA PROMESA DIVINA: “No perecerán jamás.” 


Aunque en ello profundizaremos la próxima semana, con un nuevo Mensaje.


Oremos


Ps. Jorge Macías Benitez


¡Dios les Bendice!