lunes, 27 de febrero de 2017

#A82 Predica el Evangelio con Amor

Predica el Evangelio con Amor


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Vamos a comenzar haciendo referencia a un fundamento en la Palabra de Dios que está en 1a. Corintios 9:16
"Porque si anuncio el evangelio, no tengo de qué jactarme, porque me es impuesta necesidad; pues ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!"


Queridos lectores, familia natural y de la Fe, buscadores de Amor, Verdad, Paz y Esperanza, ¡Bendiciones!


Solo comenzar de esta forma y haciendo referencia a esta porción del logos, estoy seguro que te lleva como lo hace conmigo a hacernos preguntas :


  • ¿Qué es predicar el Evangelio?
  • ¿Porque debo anunciar el Evangelio?
  • ¿Cómo debo anunciar el Evangelio?
  • ¿Que pasa si no anuncio el Evangelio?


Estas preguntas que se que solo son las obvias, cobran particular y sensible relevancia en tiempos como el que estamos viviendo Ahora.


El 5 de Agosto de 1855 Charles Haddon Spurgeon, conocido hasta nuestros días como el Príncipe de los Predicadores, compartía :


“El hombre más destacado de los tiempos apostólicos fue el apóstol Pablo. Él siempre fue grande en todo. Si se le considera como pecador, él fue en extremo pecador; si se le ve como perseguidor, él odiaba en extremo a los cristianos y los perseguía hasta ciudades lejanas; si se le toma como convertido, su conversión fue la más notable de todas las que hayamos leído, consumada por medio de un milagroso poder y por la propia voz de Jesús que le habló desde el cielo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Si lo tomamos simplemente como cristiano, vemos que fue extraordinario, que amó a su Maestro más que otros, y buscaba mostrar, más que todos los demás, la gracia de Dios en su vida.


Pero si lo consideramos como apóstol y predicador de la Palabra, sobresale de manera eminente como el príncipe de los predicadores, que predicó incluso ante reyes y emperadores -como Agripa y Nerón- y, asimismo, estuvo frente a emperadores y reyes por causa del nombre de Cristo.


Una característica de Pablo era que cualquier cosa que hiciera, la hacía con todo su corazón. Era del tipo de personas que no podía desempeñar una función a medias, ejercitando una parte de su cuerpo y dejando que la otra parte permaneciera indolente; sino que, cuando se ponía a trabajar, absolutamente todas sus energías -cada nervio, cada tendón- eran utilizadas al máximo en el trabajo que debía hacer, ya fuera trabajo del malo o del bueno.


Pablo, por tanto, podía hablar con toda la experiencia en lo tocante a su ministerio, puesto que él fue el mayor de los ministros. Todo lo que dice es importante; todo nos llega de lo profundo de su alma. Y podemos estar seguros de que cuando escribió esto, lo escribió con mano firme: "Si anuncio el evangelio, no tengo de qué jactarme, porque me es impuesta necesidad; pues ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!"


Esta mañana, el Señor me ha movido a compartir al respecto de esta Dimensión en el compartir Su Evangelio; ¡a exhortarnos a hacerlo con Amor!


Oremos…


¿Qué es Predicar el Evangelio?


En estos días es muy popular hablar acerca del “Evangelio del Reino”.
Muchas personas dicen que cuando Jesús vino “predicando el evangelio del reino” (Mt. 4:23), estaba predicando un mensaje acerca de derrocar los poderes del gobierno maligno, la transformación de la sociedad y sacarnos de la pobreza.
Todo tipo de revolucionarios respaldan esas ideas.
Pero ¿es esto lo que la Biblia quiere decir cuando habla acerca del evangelio del Reino? No exactamente.
Cuando Felipe el evangelista predicó “las buenas nuevas acerca del reino de Dios”, los hombres y mujeres creyeron y fueron bautizados (Hch. 8:12).
Este “evangelio del Reino” los llamó a volverse de su pecado y confiar en Jesucristo y comenzar una nueva vida, simbolizada por el bautismo.
Por otra parte, cuando Jesús dijo que el Reino de Dios estaba cerca (Mr. 1:15) se refería a algo verdaderamente revolucionario.
Él quería decir que con su venida a la  tierra, el gobierno y reinado de Dios venían de una forma que nunca antes había sucedido en toda la historia de la humanidad. Él quería decir que las promesas de Dios de establecer su Reino estaban comenzando a ser cumplidas y que Dios un día daría paso a una nueva creación, que ahora había sido inaugurada a través de la resurrección de Jesús (Col. 1:18; 2 Co. 5:17).
Esta nueva creación sería un lugar de perfecta justicia y paz, un lugar en el cual todo lo malo sería cambiado por lo bueno (Ap. 21:1-5).
Aun cuando este evangelio del Reino tiene llamativas implicaciones globales, es fundamentalmente un mensaje acerca de lo que Jesús ha hecho para salvar a los pecadores.
Jesús dijo que hasta que un hombre no naciera de nuevo – un nuevo nacimiento sólo puede venir a través de escuchar el evangelio (1 P. 1:23) – y en adición el ser Bautizado en Espíritu Santo y Fuego, no podría entrar en el Reino de Dios (Jn. 3:5).
Pablo es claro en decir que la única manera en que alguien puede participar de este Reino es por medio de creer en Jesucristo y vivir una vida que demuestre la realidad de la fe (1 Co. 6:9-11, 15:50). El evangelio del Reino es al final un mensaje acerca de un rey que murió por sus enemigos con tal de que todos aquellos que creen en él hereden el Reino que él compró para ellos.
Por otra parte, Predicar el Evangelio es exponer cada doctrina contenida en la Palabra de Dios, y dar a cada verdad su propia importancia.
Los hombres pueden predicar una parte del Evangelio; pueden predicar únicamente una sola doctrina del Evangelio; y yo no diría que un hombre no predica en absoluto el Evangelio si sólo sostuviera la doctrina de la justificación por la fe, "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe".
Yo lo consideraría un ministro del Evangelio, pero es alguien que no predica todo el Evangelio. No puede afirmarse que un hombre predica el Evangelio completo de Dios, si hace a un lado, a sabiendas e intencionalmente, una sola verdad de nuestro bendito Dios.
Este comentario mío debe ser muy punzante y estallar en las conciencias de muchas personas que, casi como un asunto de principios, no comparten ciertas verdades con la gente debido a que temen esas verdades.
Algunos hombres se limitan intencionalmente a cuatro o cinco tópicos que predican de manera continua. Si te aventuras a entrar a sus iglesias, naturalmente esperarás oírlos predicar sobre este versículo: "Ni de la voluntad de la carne, sino de Dios" o, si no, sobre este otro: "Elegidos conforme al previo conocimiento de Dios Padre."
Ustedes saben muy bien que al entrar a esas iglesias escucharán únicamente acerca de la elección y que todo proviene de Dios. Esos individuos se equivocan tanto como los otros, dando demasiada importancia a una verdad y olvidando a las demás. Sobre cualquier cosa que deba predicarse -llámenla con el nombre que quieran-, la norma del verdadero cristiano es la Biblia, toda la Biblia y nada más que la Biblia.
Desgraciadamente, muchos forjan un círculo de hierro alrededor de sus doctrinas, y cualquiera que ose dar un paso mas allá de ese pequeño círculo, no es considerado como poseedor de sana doctrina.
En ese caso, ¡Dios bendiga a los herejes! Señor, ¡envíanos más herejes! Muchos convierten a la teología en una especie de cilindro con cinco doctrinas que rotan de manera indefinida; nunca se aventuran a otros temas. Debe predicarse toda la verdad. Y si Dios ha escrito en Su palabra "El que no cree ya ha sido condenado", eso debe predicarse tanto como "Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús".
Si leo: "Oh Israel, tú te has destruido a ti mismo" (versión King James), la condenación de ese hombre es su propia obra; debo predicar eso al igual que la frase siguiente: "En Mí se encuentra tu ayuda" (versión King James).
Cada uno de nosotros, a quienes se nos ha confiado el ministerio, debe buscar predicar toda la verdad. Sé que puede resultar imposible tratar de decir toda la verdad. La alta colina de la verdad tiene brumas que envuelven su cima. Ningún ojo humano puede ver la cumbre; tampoco ningún pie humano la ha hollado alguna vez. Sin embargo, podemos intentar pintar la bruma, ya que no podemos pintar la cima. Intentemos describir el misterio, ya que no podemos explicarlo.
No encubramos nada; si hay nubes en la cima de la montaña de la verdad, digamos: "Nube y oscuridad hay alrededor de ella." No lo neguemos; y no pensemos en reducir la montaña de acuerdo con nuestro propio estándar, simplemente porque no podemos ver la cima o porque no podemos alcanzar la cumbre. El que quiera predicar el Evangelio debe predicar todo el Evangelio. Quien quiera ser considerado un ministro fiel, no debe hacer a un lado ningún aspecto del Evangelio.
¿Por qué debemos Predicar?
Casi todo predicador se ha hecho en secreto la terrible pregunta “¿Los estoy ganando?” La tendencia después de haber proclamado el mensaje de Dios en una mañana del domingo o en cualquier otro momento a menudo se puede ver en los resultados en las vidas de los oyentes.
Cuando el predicador viene árido, y la falta de “resultados” son evidentes, el desánimo puede venirse fácilmente. En tiempos como este, ¿de dónde obtiene el predicador la motivación para levantarse y proclamar el mensaje a la semana siguiente?
Veamos al respecto del profeta Amós.
Fue un tiempo en el que parecía tener una gran esperanza para el futuro. El imperio asirio estaba en descenso, las fronteras del reino de Israel estaban en rápida expansión, y la riqueza comenzó a verterse en el reino una vez más.
Nunca habían estado más seguros desde la época del gran rey Salomón, más de 170 años anteriores. La sociedad estaba contenta con quiénes eran y dónde estaban como pueblo. El poder, el prestigio, la prosperidad y la paz estaban al alcance de la mano de la nación.
Esta realidad parecía sólida sin embargo, era sólo la más completa de las fachadas. La verdad del asunto es que la observancia en la Fe del pueblo no era más que una observancia hipócrita, y la gran mayoría de la población de la tierra era oprimida y agobiada, a expensas de los nobles ricos y poderosos dentro de la estructura gubernamental.
Según a 1a. Reyes 14:27, la única razón de que Dios no juzgó a la nación inmediatamente fue porque Él no les había dado a conocer que estaba a punto de borrar su nombre de debajo de los cielos.
Lo que la gente no sabía era que la sentencia final estaba apenas a 38 años de distancia.
Amos entra en su púlpito y entrega el caso de Dios contra las personas farisaicas, satisfechas de su tiempo.
En Amos 3, Amós indica el caso de Dios contra el pueblo y les revela la naturaleza sólida de la sentencia de Dios. Esencialmente, su elección como pueblo escogido de Dios formaba la base para su condena :
  • El veredicto de Dios contra el pecado estaba claro y era convincente.
  • Las personas serían juzgadas por su iniquidad.
  • Cuando Amos proclamó primero su mensaje, debió haber esperado algún tipo de arrepentimiento de la gente con corazón duro.
Después de todo, él había oído hablar de los resultados sorprendentes de la proclamación de Jonás en el extremo norte de Nínive sólo un par de años antes.
Si los asirios podían arrepentirse, entonces seguramente Israel, el pueblo de Dios haría lo mismo.
Amos proclama su mensaje, y sin embargo la gente no lo recibe.
En el texto, parece evidente que cuestionaron a Amos, y no le creyeron, porque Amos se ve obligado a emprender una progresión retórica que demuestra su culpabilidad.
Querían pruebas. Su respuesta demuestra el punto de Dios. Amos les da su evidencia y concluye diciendo, “Si el león ruge, ¿quién no temerá? Si habla Jehová el Señor, ¿quién no profetizará?”
La razón por la que la gente podía saber que el juicio de Dios iba a venir, era porque el profeta de Dios estaba delante de ellos, y el rugido estridente del león todo-poderoso todavía sonaba a los oídos de ese profeta.
Debido a que Amos había oído ese rugido, tenía una responsabilidad ante Dios de proclamar el mensaje que había recibido.
La situación no ha cambiado mucho en nuestros días. Vivimos en un mundo y una sociedad donde las personas se contentan con vivir sus vidas conscientes del hecho de que están ligados a la dura y tóxica realidad de sus pecados.
Toda la persuasión en el mundo parece ser incapaz de moverlos. Están muertos en sus delitos y pecados, y por lo tanto no escuchan el rugido del león en su condición.
“Esas personas – nuestros vecinos, compañeros de trabajo, amigos, y muchas veces la congregación – necesitan de un mensajero.
Nosotros, como pueblo de Dios, que ha llegado a un conocimiento salvador del Dador de la vida, hemos de ser el mensajero.
Somos los únicos en el lugar de Amós, y estamos llamados a proclamar la buena noticia del Evangelio de Dios.
El León de Judá ha llegado, y ha rugido con una voz que sigue resonando en los pasillos del tiempo, ¡incluso 2.000 años más tarde! ¿Ha escuchado ese rugido y resuena esa explosión en sus oídos?
Si lo has escuchado, entonces tienes la responsabilidad de proclamar el mensaje de la vida a un mundo agonizante que se encuentra en la sentencia incontenible de Dios, independientemente de su reacción a ella.
Al igual que los días Amos, el juicio de Dios se precipita rápidamente hacia la humanidad porque “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).
Nuestro mundo está perdido, muriendo, y en la esclavitud.
El Caso de Dios contra el pecado es irrefutable, y su sentencia es abrumadora.
Debido a que hemos escuchado el rugido de la voz de Dios en la persona de Cristo, se nos ha confiado el mensaje de la reconciliación.
Como Pablo explica en 2a. Corintios 5:20...
“somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.”
Debemos ser el portavoz de los rugidos del mensaje de Dios.
¡No existe mayor honor, deber, o gozo!
Esta es la razón por la que debemos de predicar, aun cuando la gente que lo escucha no parece “recibirlo”.
Si has escuchado que ruge, entonces como el mensajero de Dios somos llamados a escuchar con gozo, reverenciarlo y proclamarlo!
¡Quien dice Amén!
¿Por qué no les es permitido a los Ministros Gloriarse?
"Porque si anuncio el evangelio, no tengo de qué jactarme."
Hay maleza que puede crecer en cualquier parte, y una maleza que puede crecer es el ORGULLO.
El orgullo puede crecer tanto en una roca como en un jardín. El orgullo crece en el corazón de un limpiabotas y crece en el corazón de un político. El orgullo crece en el corazón de una muchacha de servicio e igualmente crece en el corazón de su señora.
Escucha, el orgullo puede también crecer en el púlpito.
Es una hierba que se esparce de manera terrible. Requiere cortarse cada semana, pues, de otra forma, estaríamos hundidos hasta nuestras rodillas en él.
El púlpito es un excelente terreno para el orgullo. Crece de manera desenfrenada, y yo estoy seguro que difícilmente encontrarian a un predicador del Evangelio que no confiese que tiene una muy fuerte tentación hacia el orgullo.
Yo supongo que incluso aquellos ministros sobre los que no se comenta nada, pero que son gente muy buena y tiene una iglesia en una ciudad grande a la que asisten al menos 2 personas, sufren la tentación del orgullo.
Pero independientemente de que eso sea así o no, estoy seguro de que dondequiera que haya una gran asamblea y dondequiera que haya mucho ruido y agitación en relación a un hombre, hay allí un grave peligro de orgullo.
Véanlo bien :
“Entre más orgulloso sea un hombre, más estrepitosa será su caída al final.”
Si la gente sostiene en sus brazos en alto a un ministro y deja de sostenerlo y lo suelta, ¡qué golpazo se dará el pobre individuo al término de todo! Así les ha ocurrido a muchos. Muchos hombres han sido sostenidos en alto por los brazos de otros hombres; han sido sostenidos en alto por los brazos de la alabanza y no por la oración; estos brazos se han debilitado y han caído al suelo.
Digo que hay la tentación al orgullo en el púlpito; pero no hay razón para el orgullo en el púlpito; no hay terreno para que crezca el orgullo; pero crecerá de todas maneras.
"No tengo de qué jactarme." dijo Pablo.
Pero, a pesar de todo ello, a menudo se introduce algún motivo para enorgullecernos, no real, sino aparente para nosotros mismos.
¿Cómo es que un verdadero ministro siente que "no tiene de qué jactarse"?
Primero, porque está muy consciente de sus propias imperfecciones. Creo que nadie se formará una opinión más justa de sí mismo que quien es llamado constante e incesantemente a orar.
Una vez un hombre pensó que podía predicar, y cuando le fue permitido ocupar el púlpito, encontró que las palabras no fluían libremente como él esperaba y en un momento de ansiedad nerviosa y temor, se inclinó hacia delante sobre el púlpito y dijo: "Amigos míos, si ustedes se subieran al púlpito, perderían toda la soberbia que pudieran poseer."
Creo que eso les pasaría a muchos, si intentaran alguna vez la predicación. Les quitaría la inclinación a criticar y les haría pensar que, después de todo, la predicación no es un trabajo fácil. Cuando se predica mejor es cuando se piensa que se ha predicado mal.
Quien se ha fijado en la mente un elevado concepto de lo que debe ser la elocuencia y una arenga sincera, sabrá qué tan corto se queda. Él, mejor que nadie, puede reprobarse cuando reconoce su propia deficiencia. No creo que un hombre deba gloriarse cuando hace algo bien. Por otro lado, creo que él será el mejor juez de sus propias imperfecciones y que las verá claramente. Él sabe lo que debe ser: otros hombres no. Miran y ven y piensan que todo es maravilloso, mientras que el predicador piensa que todo es maravillosamente absurdo, y se retira meditando en las cosas en las que ha fallado.
Cualquier ministro verdadero sentirá sus deficiencias.
Se comparará a sí mismo con hombres tales como Billy Graham, con predicadores de la talla de los puritanos, y dirá: "¿Qué soy yo? Un enano al lado de un gigante; el montículo de un hormiguero al lado de una montaña."
Cuando se retira a descansar el domingo por la noche, dará vueltas en su cama porque siente que erró el tiro, que no ha tenido la vehemencia, la solemnidad, la mortal intensidad de propósito que requería su función.
Se reprochará por no haber enfatizado lo suficiente algún punto, o por haber evitado algún otro, o por no haber sido lo suficientemente explícito en algún tema en particular, o por haber considerado demasiado algún otro.
Verá sus propias fallas, ya que Dios siempre disciplina a sus hijos en la noche, cuando han hecho algo mal. No necesitamos que otros nos reprendan; Dios mismo lo hace directamente. El ministro más honrado por Dios a menudo se sentirá deshonrado en su propia estima.
Dios nos recuerda que todos nuestros dones son prestados
En alguna ocasión leí una noticia que decía :
"La semana pasada, en una comunidad de X nombre fue trastornada por un evento que ha traído tristeza a la comunidad completa. Un caballero muy exitoso, que había obtenido un título universitario con honores, se ha vuelto loco desde hace algunos meses. Él había administrado una academia para la educación de jóvenes, pero su locura lo ha obligado a abandonar su ocupación, y desde hace algún tiempo ha vivido solo en una casa en esa comunidad. El casero obtuvo una orden de desalojo; y habiendo sido necesario esposarlo, lo dejaron negligentemente sentado en unas escaleras a la vista de una gran multitud, hasta que llegó el medio de transporte que lo condujo al asilo.
No faltará quien habiendo leido esta misma noticia, identifique a la persona de la que habla, como su antiguo maestro. Entonces diría ¡El hombre que me enseñó todo lo que sé en cuanto a conocimiento humano, se ha convertido en un loco de atar!
Al darse cuenta de eso, sentiría que podía doblar su rodilla con humilde gratitud y dar gracias a Dios que su razón no se ha tambaleado y que sus poderes permanecen intactos.
Así mis amados , ¡cuán agradecidos debemos estar de que nuestros talentos nos hayan sido preservados y que nuestra mente sea sana!
Ese gran hombre se había esforzado juntamente con otros discípulos, un hombre de genio y habilidad; y ¡miren en lo que se había convertido! ¡Cómo ha caído! ¡Cómo ha caído! ¡Cuán velozmente la naturaleza humana cae desde la altura y se hunde por debajo del nivel de los animales!
¡Bendigamos al Señor, por los talentos que nos ha dado! ¡Demos gracias al Señor por la razón y por el intelecto que poseen!
Aunque éstos no sean muy sofisticados, responden a nuestras necesidades; y si los llegásemos a perder, pronto nos daríamos cuenta de la diferencia.
Tengamos mucho cuidado de no pensar en relación con cualquier tema: "¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué?"
Siempre debemos recordar que tanto la cuchara de albañil como la mezcla nos vienen de Dios. La vida, la voz, el talento, la imaginación, la elocuencia, todos son dones de Dios; y quien haya recibido los mayores dones, debe sentir que a Dios pertenece el escudo de los poderosos, puesto que Él ha dado poder a Su pueblo y fortaleza a Sus siervos.
Otro medio que utiliza el Señor para preservar a sus ministros de la tendencia a jactarse, es éste:
Él nos hace sentir su dependencia constante del Espíritu Santo.
Aunque, seguramente algunos ministros no sienten eso.
Algunos se atreven a predicar sin el Espíritu de Dios o sin haberle orado. Pero pienso que ningún hombre que verdaderamente haya sido llamado de lo alto, se atreverá a hacer eso, sino más bien sentirá que necesita al Espíritu.
Mis amados, comparto públicamente que en no pocas ocasiones me he sentido sin la Presencia del Espíritu Santo al escribir o predicar el mensaje de DIos; así, no pude hablar como usualmente lo hago.
He tenido entonces la necesidad de decirle a la gente que el coche había perdido sus ruedas; que el coche se arrastraba pesadamente.
En mi intimidad con Dios, fui humillado amargamente y pude haberme arrastrado bajo la cáscara de una nuez o pude haberme escondido en cualquier oscuro rincón de la tierra.
Sentí como si no debía hablar más en el nombre del Señor; y entonces me vino el pensamiento:
"Eres un hijo ingrato, pues ¿no ha hablado Dios por tu medio cientos de veces? Y, por esta vez que no quiso hacerlo, ¿vas a reconvenir a Dios por eso? Más bien dale gracias por los cientos de veces que ha estado a tu lado; y si alguna vez te ha abandonado, entonces admira Su bondad de mantenerte humilde por este medio."
Quizá puedes pensar que fue el poco estudio lo que me llevó a esa situación, pero puedo afirmar con toda honestidad, que no fue eso. Pienso que estoy obligado a estudiar con dedicación y así no tentar al Espíritu con sermones sin preparación.
Usualmente considero mi deber pedir la guía del Señor para mis sermones y le imploro que lo grabe en mi mente; pero en alguna ocasión, creo que me había preparado más cuidadosamente de como ordinariamente lo hago, de tal forma que la falta de preparación no era la causa.
La simple causa fue: "El viento sopla de donde quiere", y los vientos no siempre son huracanados.
En algunas ocasiones el viento está quieto. Y, por tanto, si me apoyo en el Espíritu, debo saber que no siempre sentiré su Poder con la misma fuerza.
¿Qué haría yo sin la influencia celestial, ya que a ella le debo todo?
Por medio de este pensamiento Dios humilla a los que le sirven.
Dios nos enseñará cuánto lo necesitamos. No permitirá que pensemos que hacemos algo por nosotros mismos. "No -dice Él-, no te corresponde nada de la gloria. Voy a humillarte. ¿Estás pensando: yo hago esto? Te mostraré lo que eres sin Mí."
Vemos a Sansón ir tras los filisteos para atacarlos. Él se imagina que puede matarlos, pero los filisteos están encima de Sansón. Le sacan los ojos. Su gloria se esfuma, porque no confió en su Dios, sino que confiaba en sí mismo.
Cada ministro será llevado a sentir su dependencia en el Espíritu; y entonces dirá con énfasis, igual que Pablo: "Porque si anuncio el evangelio, no tengo de qué jactarme."
Conclusión
¿Cuál es la necesidad que recibimos y nos compromete a Predicar Su Evangelio?
Una gran parte de esa necesidad se debe al llamamiento mismo.
Si un hombre es verdaderamente llamado por Dios para el ministerio, lo desafío a que se niegue a aceptar el llamamiento.
Un hombre que verdaderamente tiene en su interior, en su corazón la inspiración del Espíritu Santo que lo ha llamado a predicar, no puede dejar de hacerlo.
¡Tiene que predicar!
Como fuego en los huesos, así será esa influencia hasta que proyecte sus llamas hacia fuera.
  • Los amigos pueden querer frenarlo,
  • Los enemigos criticarlo
  • Los despreciadores burlarse de él
  • El hombre es indomable
  • Él tiene que predicar si tiene el llamado del cielo
  • Todo el mundo lo puede abandonar; pero él le predicaria a las áridas cumbres de las montañas
  • Si tiene el llamado del cielo, aunque no tenga una congregación, le predicaria a las cascadas y daría su voz a los riachuelos
  • No podría callarse
Sería una voz proclamando en el desierto: "Preparad el camino del Señor."
No creo que se pueda detener a un ministro de la misma forma que no se puede detener a las estrellas del cielo. No creo que se pueda lograr que un ministro deje de predicar, si realmente tiene el llamado, de la misma manera que no se puede detener a las poderosas cataratas queriendo consumir sus aguas con una cuchara.
El hombre que ha sido guiado por el cielo no puede ser detenido por nadie. Ha sido tocado por Dios y nadie le impedirá predicar.
Volará sobre alas de águila y nadie podrá encadenarlo a la tierra.
Hablará con la voz de un serafín y nadie podrá cerrar su boca.
¿No es su palabra como un fuego dentro de mí? ¿Debo de callar cuando Dios ha colocado su Palabra en mí? Y cuando un hombre habla de conformidad con lo que el Espíritu le da a hablar, siente un gozo semejante al cielo; y cuando termina desea volver a su trabajo de nuevo y ansía estar predicando nuevamente.
Yo creo que los jóvenes que predican tan sólo una vez a la semana y piensan que ya han cumplido con su deber, no han sido llamados por Dios a una gran obra.
Pienso que si Dios ha llamado a alguien, lo impulsará a predicar constantemente y sentirá que debe predicar en medio de las naciones, las riquezas inescrutables de Cristo.
Oremos…
¡Dios les Bendice!
Pastor Jorge Macías Benítez.