domingo, 28 de junio de 2020

#A242 Entre la Fe y el Orgullo

Serie: Tiempo de Transformación

 

#A242 Entre la Fe y el Orgullo

 

 

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Introducción

 

Hola buenos días, ¡Bienvenidos a esta Casa, la Casa de Dios, ¡Reino de Dios Ministerios!

 

Amados en Cristo, queridos amigos, existe un mal inherente al género humano y casi imperceptible, ya que involucra al alma misma.

 

Este mal casi siempre será anunciado por alguien ajeno a nuestra persona, quien con buenas o malas intenciones lo hará notar directa o indirectamente.

 

Quizás el último en enterarte o aceptarlo, eres tú mismo, leamos:

 

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”

Jeremías 17:9

 

Hoy nos Ministrará en relación con «el orgullo», que es básicamente, la cualidad de alguien que tiene un concepto exagerado de sí mismo de acuerdo a sus propias características: físicas, intelectuales o acciones, las cuales lo llevan a la altivez, la vanidad y la arrogancia, llegando incluso al menosprecio hacia los demás.

 

Entre la Fe y el Orgullo

 

Oremos

 

Orgullo y Autoestima

 

Amados en Cristo queridos amigos, el orgullo es en el fondo un exceso de autoestima.

 

Una persona que se comporta de esa forma, es alguien que trata de mostrar en extremo sus virtudes e importancia.

 

Una persona orgullosa llega a manifestar actitudes de rebeldía, crítica, mal humor, enfado, pésimo carácter, malas e insolentes respuestas, manifiestas en  el trato hacia los demás, con prepotencia y gran arrogancia.

 

Este mal es como una ilusión, ya que nada es propio y todo lo hemos recibido de Dios.

 

El orgullo ciega el entendimiento y terminará al final con la manifestación de alguna debilidad, con la inminente humillación y fracaso, porque dicen las Escrituras: 

 

“Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”

Proverbios 16:18

 

Normalmente la persona orgullosa es alguien distorsionado mental y emocionalmente.

 

No admite la corrección o la sugerencia.

 

Discute y reclama sus derechos, aun con su autoridad, y dice frases como: «yo sé lo que hago»; «nadie me manda»; «ya estoy grande»; «todos están equivocados». 

 

Afrenta la crítica y nunca acepta el fracaso.

 

Aún estando en el suelo dice: «¡pero no me dolió!». 

 

En este estado, es imposible creer que la enfermedad la llevo yo.

 

Quizás otro la tenga, aun mi autoridad, pero yo, ¡jamás!

 

Un ejemplo claro en la Palabra de Dios, lo encontramos en Génesis 3:12, que dice: 

 

“…La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí”

 

El hombre en su orgullo culpará a cualquiera, aun a Dios, pero nunca a él mismo.

 

Para Adán, Dios tuvo la culpa, porque ¡él y nadie más que él, me dio a esa mujer…!

 

Dios era Dios, pero en su perfecta humildad y sencillez se acerca a su criatura - no su criatura a él - diciendo: ¿Qué te pasó amigo?

 

Nunca jamás, el orgullo le permitió a Adán ver, en su autoridad (Dios), el amor, la misericordia y la bondad para con él.

 

Amados en cristo, amigos queridos, observemos:

 

Siempre el orgulloso verá el mal y nunca el bien para él mismo, aunque lo tenga enfrente y todos lo miren. 

 

“Jehová, tu mano está alzada, pero ellos no ven; verán al fin, y se avergonzarán…” 

Isaías 26:11

 

Amados, el hombre con su orgullo, se embriaga con su propio veneno y droga; crece y evoluciona paulatinamente, y su orgullo llega a superar a sus propios deseos, aunque sufra o se duela en lo profundo, traspasando cualquier razón, sea material o espiritual, aun los más caros sentimientos.

 

Tal vez, también con alguna necesidad de índole personal o de otros, dice: mi orgullo es más grande que todo «¡y no cedo, aunque me muera…!».

 

El orgullo está basado en Satanás mismo, quien antes de serlo, conquistó a la tercera parte de los ángeles del cielo bajo el argumento de: “ser mejor que Dios”. 

 

Eso es soberbia, orgullo; se trata de un germen maldito, que siendo trasladado al género humano, convierte a éste en un acomplejado ser, que siendo criatura quiso ser más grande que su creador y autoridad.

 

Es así como el orgullo - a quien lo posee - sin importarle nada ni aun cuánto sufre, mantiene su postura incólume, aunque lo pierda todo. ¡Lástima, pero verdad!

 

¿Cómo tener Victoria?

 

¿Cómo tener Victoria sobre este espíritu?

 

Bajo la indubitable tesis de que el orgulloso es también: ciego, sordo y más -sin que pueda conocer su condición, porque él se cree digno y humilde-, poco o nada se podrá hacer.

 

Ahora, para eso vino Cristo, quien su principal característica fue precisamente mostrar al mundo su incomparable humildad: 

 

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, SE HUMILLÓ A SÍ MISMO, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”

Filipenses 2:5-8

 

Amado, Escucha: era Dios y se hizo nada, mostrando así, que esta condición es el único camino a la eternidad.

 

Leamos: 

 

“Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos” 

Salmos 138:6

 

“Seis cosas aborrece Jehová, y aún siete abomina su alma: Los ojos altivos (en primer lugar el orgullo)…”

Proverbios 6:16

 

Amados, Ahora consideremos.

 

Si todos venimos de una simiente de soberbia y orgullo: ¿Cómo habrá de darse el cambio?

 

A lo que el Señor dice: 

 

“…Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”

Lucas 18:27

 

“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”

Filipenes 4:13

 

“…porque separados de mí nada podéis hacer”

Juan 15:5

 

Amados en Cristo, bajo todo este entendimiento de nuestra incapacidad de ser humildes, tendremos que clamar al Dios vivo y verdadero, acerca del Espíritu de verdad que está en Cristo, el cual le llevó a la «perfecta humildad», que es una característica inherente a Dios mismo.

 

Así que, mi querido amigo y hermano: -todos- indistintamente de razas o edades, nos es imprescindible alcanzar la altura y plenitud del varón perfecto, Cristo Jesús.

 

Su Propósito es dejarnos como Herencia: su sangre como pago a nuestros pecados y Su Espíritu para cumplimiento de su palabra en nosotros.

 

Que Dios nos ayude hasta el final. Amén.

 

Andemos Humildemente


Amados en Cristo, queridos amigos, en un sermón predicado la noche del Jueves 22 de Agosto de 1889 por Charles Haddon Spurgeon en el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres,dijo :

 

"Y andar humildemente con tu Dios."
Miqueas 6:8

 

Spurgeon habló que es esa precisamente la esencia de la ley, es su lado espiritual; los diez mandamientos son una ampliación de este versículo.

 

La ley es espiritual, y toca los pensamientos, los propósitos, las emociones, las palabras, las acciones; aunque Dios exige especialmente al corazón.

 

Ahora, nuestro grande Gozo es saber que lo que es exigido por la ley es proporcionado por el Evangelio.

 

"Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree."

Romanos 10:4

 

En Él cumplimos los requerimientos de la ley, primero, por lo que hizo por nosotros; y luego, por lo que obra en nosotros.

 

Él nos conforma a la ley de Dios.

 

Cristo nos hace prestar a la ley, por Su Espíritu, la obediencia que no podríamos cumplir por nosotros mismos; no para justicia nuestra, sino para Su gloria.

 

Amados, les invito a reflexionar.

 

Nosotros somos débiles por la carne, pero cuando Cristo nos fortalece, la justicia de la ley es cumplida en nosotros, ya que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

 

Sólo por medio de la fe en Cristo un hombre aprende a actuar correctamente y a amar la misericordia, y a caminar humildemente con Dios; y únicamente por el poder del Espíritu Santo que nos santifica con ese fin, podemos cumplir con estos tres requerimientos divinos.

 

Nosotros cumplimos perfectamente con esos requerimientos en nuestro deseo: querríamos ser santos como Dios es santo, si pudiésemos vivir como nuestro corazón aspira a vivir; quisiéramos siempre actuar correctamente, quisiéramos siempre amar a la misericordia, y quisiéramos siempre caminar humildemente con Dios.


El Espíritu Santo nos ayuda a hacer esto diariamente produciendo en nosotros así el querer como el hacer, por Su buena voluntad; y el día vendrá, y lo anhelamos vehementemente, cuando, estando enteramente libres de este cuerpo estorboso, le serviremos día y noche en Su templo, y le rendiremos una obediencia perfecta y absoluta, pues "son sin mancha delante del trono de Dios."

 

Humildad y su naturaleza

 

Amados en Cristo, queridos amigos, esta humildad pertenece a la forma más elevada del carácter. 

 

Observen lo que precede a nuestra Romanos 10:4…

 

"Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios;"

 

Supongan que un hombre hubiera hecho eso; supongan que ignoras la justicia de Dios y estableces la tuya.

 

Ahora, imagina ¿qué pasaría entonces?

 

Bien, creo que todos sabemos el resultado de ello ¿verdad?

 

Amados, si en verdad camináramos a la luz, como Dios es luz y entonces en verdad tuviéramos comunión con Él, tendríamos necesidad de caminar delante de Dios muy humildemente, mirando siempre a la sangre, pues incluso entonces, la sangre de Jesucristo nos limpia y continúa limpiándonos de todo pecado.

 

Si hemos realizado ambas cosas, todavía tendríamos que decir que somos siervos inútiles, y que debemos humillarnos ante nuestro Dios.


Amados, no habríamos alcanzado todavía esa consumación, si hiciéramos solamente justicia y amáramos misericordia, aunque nos estaríamos aproximando a ella por la graciosa ayuda de Cristo; pero si efectivamente alcanzáramos el ideal puesto ante nosotros, y cada acto nuestro hacia el hombre fuera bueno, y aún más, cada acto estuviera deliciosamente saturado de amor a nuestro vecino tan vigorosamente como nuestro amor a nosotros mismos, aun así, sería pertinente este precepto, "andar humildemente con tu Dios".

 

Ese es justo el angosto camino entre la Fe y el Orgullo…¡la Humildad!

 

Alcanzar Su Gracia

 

Amados en Cristo, si alguna vez pensaramos que hemos alcanzado el punto más alto de la gracia cristiana, - casi anhelo que jamás pensaramos ninguno eso - pero supongamos que lo pensaramos alguna vez, les suplico que no digan nada que se aproxime a la jactancia, ni exhiban ningún tipo de espíritu que semeje a que se están gloriando en sus propios logros, sino que deben humillarse ante su Dios.


Amados, creo sinceramente que entre más
Gracia tenga un hombre, más sentirá su deficiencia de gracia.

 

Toda la gente de la que he pensado alguna vez que pudiera llamarse perfecta delante de Dios, ha sido notable por su rechazo de cualquier cosa de ese tipo; siempre han repudiado algo como la perfección, y siempre se han humillado delante de Dios, y si uno ha sido constreñido a admirarlos, se han ruborizado ante esa admiración.

 

Si han creído ser de alguna manera los objetos de la reverencia por parte de sus semejantes cristianos, he notado cuán celosamente lo han desechado con comentarios autodespectivos, diciéndonos que no conocíamos todo, pues de otra manera no pensaríamos así de ellos; y por eso mismo los admiro más.


El elogio que desechan regresa a ellos con intereses.

 

¡Oh, amados! ¡en Verdad anhelo que todos seamos de esa mente!

 

Los mejores hombres no dejan de ser hombres, y los santos más destacados son todavía pecadores, para quienes hay todavía una fuente abierta, pero no abierta, observen, en Sodoma y Gomorra, sino que la fuente está abierta para la casa de David, y para los habitantes de Jerusalén, para que puedan continuar lavándose en ella, con todos sus excelsos privilegios, para ser limpiados.


Esta es la clase de humildad, entonces, que es consistente con el más elevado carácter moral y espiritual; es más, es la propia vestidura de un carácter así, como lo expresó Pedro: "Revestíos de humildad," como si, después de habernos puesto toda la armadura de Dios, nos pusiéramos esto encima de todo para cubrirlo por completo.


No queremos que el yelmo resplandezca delante de los hombres; pero cuando nos vestimos como oficiales en traje de civil, ocultamos las bellezas que eventualmente se destacarán más por sí solas.

 

Comunión y Unidad


Amados en Cristo, queridos amigos, una segunda reflexión es esta: 

 

La humildad prescrita aquí implica una constante comunión con Dios.

 

Observemos que se nos dice que debemos andar humildemente con nuestro Dios.

 

No sirve de nada que nos humillemos lejos de Dios.

 

He visto a algunas personas muy orgullosamente humildes, muy jactanciosas de su humildad.

 

Eran tan humildes que eran lo suficientemente orgullosas para dudar de Dios.

 

No podían aceptar la misericordia de Cristo, según decían; eran muy humildes.

 

En realidad, la suya era una humildad diabólica, no la humildad que proviene del Espíritu de Dios.


Esta humildad nos lleva a humillarnos ante nuestro Dios; y, amados, ¿pueden concebir una humildad más elevada y más verdadera que la humildad que debe provenir de humillarnos ante Dios?

 

Recordemos a Job:

 

"De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza."

Job 42:5-6


Amados Abraham, cuando comulgaba con Dios, y le suplicaba por Sodoma, dijo:

 

"He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza";

Génesis 18:27

 

Si amados, polvo: eso expresaba la fragilidad de su naturaleza; luego, cenizas: como si fuese el residuo del altar, lo que no pudo ser quemado, lo que Dios no aceptaría.

 

Abraham se sentía, por el pecado, como los desechos de un horno, las cenizas, como sobras sin ningún valor; y eso no era debido a que estaba alejado de Dios, sino debido a que estaba cercano a Dios.

 

Conclusión

 

Amados en Cristo, queridos amigos, andemos humildemente con Dios, además, en cuanto a las misericordias recibidas, con humildad.

 

No hace demasiado, nos rodeaba todo tipo de enfermedad espiritual, almática, emocional ó ¿acaso aún es así?

 

Ahora amado, te estás recuperando.

 

No dejes que se entrometa el orgullo debido a que puedes levantar ahora muchos kilos.

 

Estás progresando en el negocio; usas un mejor traje que el que solías usar para estar delante del Señor; aun así amado, no debemos comenzar a considerarnos caballeros ó damas muy finos y poderosos.

 

Ahora compartimos con una excelente sociedad, quizá afirmamos; pero no nos avergoncemos de venir a la reunión de oración y mezclarnos con los pobres del Señor, y sentarnos junto a uno que no haya podido comprar un nuevo traje en muchos días.

 

"Anda humildemente con tu Dios", pues de lo contrario podría suceder que Él te bajara un peldaño o dos, y te condujera de regreso a tu antigua pobreza; y entonces, ¿qué te dirías por tu insensatez?

Además, andar humildemente con Dios en las grandes pruebas, ¿no es precisamente lo que anhelamos?

 

Cuando seamos abatidos, no demos coces contra el aguijón.

 

Cuando nos circunde una ola tras otra, no comencemos a quejarnos.

 

Eso es orgullo; no murmuremos, sino postrémonos.

 

Digamos: "Señor, si Tú me hieres, yo merezco más de lo que lo haces. Tú no has tratado conmigo de conformidad a mi pecado. Yo acepto Tu disciplina."

 

Que no se levante el espíritu rebelde cuando un niño les sea quitado, o cuando alguien amado nos sea arrebatado.

 

Oh, no; di: "Jehová es; haga lo que bien le pareciere."


Luego de ello, caminemos con Dios en nustras Oraciones, como entre tú y Dios en el aposento.

 

¿Vas a leer? Lee humildemente.

 

¿Vas a orar? Ora humildemente.

 

¿Vas a cantar? Canta alegremente, pero canta humildemente.

 

Cuídate mucho cuando tu Dios y tú estén juntos, y nadie más, para que le muestres allí tu humilde corazón, con una profunda humildad que no pueda ser más humilde de lo que es.

Luego de todo ello amado, camina humildemente entre tú y tus hermanos.

 

No pidas ser el director del coro; no desees ser el hombre principal en la iglesia.

 

Solo, sé humilde.

 

El mejor hombre de la iglesia es el hombre que está dispuesto a ser la alfombrilla a la entrada para que todos limpien sus botas en ella, el hermano al que no le preocupa qué le ocurra mientras Dios sea glorificado.

 

Oremos

 

¡Dios los Bendice!

 

Ps. Jorge Macías Benítez