Hambrientos a la Vista
Serie
Ps. Jorge Macías Benitez
28 de Noviembre del 2021
Introducción
Hola buenos días, ¡Bienvenidos a esta Casa, la Casa de Dios, Reino de Dios Ministerios!
Soy el Pastor Jorge Macías Benítez, su hermano e Hijo de Dios; también de corazón te tiendo la mano, te abro el corazón y te quiero recibir, dar un abrazo…¡¡¡¡en el Amor del Señor…!!
La Biblia nos dice que el Señor Jesús y el Padre son uno.
En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios. Los cielos y la tierra fueron hechos por el Verbo.
La gloria que Dios tenía en el principio, la inasequible gloria de Dios, era también la gloria del Hijo.
El Padre y el Hijo existen igualmente y son iguales en poder y posesión. Solamente en persona hay diferencia entre el Padre y el Hijo. No es ésta una diferencia esencial, es meramente un convenio dentro de la Deidad.
Por lo tanto, la Escritura dice que el Señor "no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse".
Tampoco su igualdad con Dios es algo apropiado o adquirido, porque intrínsecamente él es la imagen de Dios.
Dice la palabra de Dios en Filipeneses 2: 5-11
“5Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11y toda lengua confiese
Is. 45.23.que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.”
En realidad en esta porción de la escriture, el Señor nos ministra en 2 instancias.
Filipenses 2.5-7 forma una sección y los versículos 8-11, otra.
En estas dos secciones se ve que nuestro Señor se humilló dos veces: primero, se despojó a sí mismo en su divinidad, y luego, se humilló a sí mismo en su humanidad.
Cuando vino a este mundo, el Señor se había despojado de tal modo de la gloria, del poder, del estado y de la forma de su divinidad que nadie de los que vivían entonces lo conoció o reconoció como Dios, a menos que fuera por medio de una revelación.
Lo trataron como hombre, como una persona común y corriente de este mundo.
Como Hijo, él se somete voluntariamente a la autoridad del Padre y declara: "El Padre mayor es que yo" (Juan 14.28).
Así pues, hay perfecta armonía en la Deidad. Gustosamente el Padre toma el lugar de la Cabeza y el Hijo responde con obediencia.
Dios viene a ser el emblema de la autoridad mientras que Cristo adopta el símbolo de la obediencia.
El título del mensaje este domingo es:
Autoridad y Obediencia
Oremos
Obediencia y Sacrificio
Para nosotros, los hombres, ser obedientes debiera ser sencillo, porque todo lo que necesitamos no es más que un poco de humildad.
Pero para Cristo el ser obediente no es una cosa tan sencilla.
Para él es mucho más difícil ser obediente que crear los cielos y la tierra. ¿Por qué? Porque tiene que despojarse de toda la gloria y poder de su divinidad y tomar forma de siervo antes de estar calificado para obedecer.
En consecuencia, la obediencia es iniciada por el Hijo de Dios.
Amadas y amados en cristo, solo Escuchemos esto.
Al principio, el Hijo compartió la misma gloria y autoridad con el Padre.
Ahora, cuando vino al mundo, dejó por una parte la autoridad y por la otra adoptó la obediencia.
Voluntariamente tomó el lugar de un esclavo, aceptando las limitaciones humanas de espacio y tiempo.
Se humilló hasta el extremo y fue obediente hasta la muerte. La obediencia dentro de la Divinidad es el espectáculo más maravilloso de todo el universo.
Puesto que Cristo fue obediente hasta la muerte, sufriendo en la cruz una muerte muy dolorosa y vergonzosa, Dios lo exaltó hasta la sumo. Dios exalta al que se humilla.
Este es un principio divino.
Lleno de Cristo, Lleno de Obediencia
El Señor inició la obediencia, el Padre ha venido a ser la Cabeza de Cristo.
Ahora, ya que la autoridad así como la obediencia han sido instituidas por Dios, es muy natural que los que conocen a Dios y a Cristo le obedezcan.
Queridos hermanos y hermanas en la Fe, los que no conocen a Dios ni a Cristo, no conocen ni la autoridad ni la obediencia. Cristo es el principio de la obediencia.
Por consiguiente, una persona llena de Cristo debe ser también una persona llena de obediencia.
En nuestros días es frecuente que la gente pregunte:
"¿Por qué debo obedecer? Ya que tanto usted como yo somos hermanos, ¿por qué tengo que obedecerle?"
Sin embargo, los hombres no están calificados para hacer preguntas como éstas.
Solamente el Señor está calificado; sin embargo, jamás dijo Él tales palabras ni concibió semejante pensamiento en su mente.
Cristo representa la obediencia, la que es tan perfecta como la autoridad de Dios.
Que Dios tenga misericordia de los que afirman conocer la autoridad cuando la obediencia todavía está ausente de sus vidas.
Nos dice la Palabra de en Juan 14: 23
“Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.”
Tras las Pisadas de Jesús
Amadas y amados en Cristo, reflexionemos que en cuanto a la Deidad, el Hijo y el Padre son recíprocamente iguales; sin embargo, el hecho de que el Hijo sea el Señor se lo concedió Dios como recompensa.
El Señor Jesucristo fue hecho Señor sólo después de renunciar a sí mismo.
Su Deidad se deriva de lo que él es, porque el ser Dios es su naturaleza inherente.
Pero el ser Señor se deriva de lo que hizo.
Dios lo exaltó y recompensó con el señorío tan sólo después de dejar su gloria y de mantener el perfecto papel de la obediencia.
En cuanto a sí mismo, el Señor Jesucristo es Dios; en cuanto a la recompensa, es Señor. Originalmente, su señorío no existía en la Deidad.
El pasaje de Filipenses 2 es muy difícil de explicar, porque, además de ser muy sagrado, es sumamente controvertible.
Quitémonos el calzado y parémonos en suelo santo mientras analizamos esta parte de la Escritura.
Parece que al principio se celebró un consejo dentro de la Deidad. Dios concibió el plan de crear el universo.
En ese plan, la Deidad acordó que el Padre representa la autoridad.
Pero sin obediencia, la autoridad no se puede establecer en el universo, dado que no puede existir sola.
Por lo tanto, es preciso que Dios halle obediencia en el universo.
Dos clases de seres vivientes iban a ser creados: los ángeles (espíritus) y los hombres (almas vivientes).
Según su presciencia - esto es que Dios ve lo que habría de venir - , Dios previó la rebelión de los ángeles y la caída del hombre; así que él no podía establecer su autoridad en los ángeles o la raza adánica.
En consecuencia, en la Deidad se llegó al perfecto acuerdo de que la autoridad sería correspondida por la obediencia del Hijo.
De esto vinieron las operaciones distintivas de Dios Padre y de Dios Hijo.
Un día, Dios Hijo se despojó a sí mismo y, habiendo nacido semejante a los hombres, se convirtió en el símbolo de la obediencia.
En vista de que la rebelión vino de los seres creados, la obediencia debe establecerse ahora en una criatura.
El hombre pecó y se rebeló; por lo consiguiente, la autoridad de Dios debe fundamentarse en la obediencia del hombre.
Esto explica el porqué vino el Señor al mundo y fue hecho como uno de los hombres creados.
En realidad, el nacimiento de nuestro Señor fue Dios manifestándose.
En vez de permanecer como Dios con autoridad, vino al lado del hombre, aceptando todas las limitaciones de éste y tomando forma de siervo.
Arrostró el posible riesgo de no poder regresar con gloria. Si como hombre hubiera sido desobediente en la tierra, aún habría podido reclamar su lugar en la Deidad defendiendo su autoridad original; pero si lo hubiera hecho habría quebrantado para siempre el principio de la obediencia.
Amadas y amados en la Fe, amigas y amigos, había dos maneras en que el Señor podía volver:
Una consistía en obedecer como hombre, absolutamente y sin reservas, estableciendo la autoridad de Dios en todas las cosas y en toda ocasión sin el más leve indicio de rebelión; así, paso a paso, por medio de la obediencia a Dios, sería hecho Señor sobre todas las cosas.
La otra consistía en regresar abriéndose paso a la fuerza, es decir, reclamando y usando la autoridad, poder Y gloria de su Deidad a raíz de haber hallado que la obediencia era imposible por la debilidad y limitaciones de la carne.
Escucha hermana, hermano, el Señor descartó esta segunda manera y anduvo humildemente por el camino de la obediencia, obediencia hasta la muerte.
Una vez que se hubo despojado a sí mismo, rehusó llenarse de nuevo. Jamás siguió una linea de conducta ambigua.
Si el Señor hubiera fracasado en el camino de la obediencia después de renunciar a su gloria y autoridad divinas y de tomar forma de siervo, nunca más habría vuelto con gloria.
Fue tan sólo por el camino de la obediencia en su condición de hombre que regresó.
Así fue como él regresó en base a su perfecta y singular obediencia.
Aunque tuvo que soportar sufrimiento tras sufrimiento, mostró absoluta obediencia, sin la más leve sombra de resistencia o rebelión.
Por consiguiente, Dios lo exaltó hasta lo sumo y lo hizo Señor cuando volvió a la gloria. No fue que Él se llenara de aquello de que se había despojado; al contrario, fue Dios Padre quien lo hizo.
Fue el Padre quien trajo a este Hombre de regreso a la gloria.
Así pues, Dios Hijo ha venido a ser también ahora el Hombre Jesús en su retorno a la gloria.
Por esta razón, el nombre de Jesús es tan precioso; en el universo no hay nadie como él.
Cuando en la cruz clamó "¡Consumado es!", proclamó no solamente la consumación de la salvación sino también el cumplimiento de todo lo que significa su nombre.
Por lo tanto, él ha obtenido un nombre que es sobre todo nombre, y en su nombre se doblará toda rodilla y toda lengua confesará que Jesús es el Señor.
De aquí en adelante, él es Señor así como Dios.
El hecho de ser Señor habla de su relación con Dios, de cómo fue recompensado por él.
El hecho de ser Cristo revela su relación con la iglesia.
Conclusión
Resumiendo, pues, cuando el Hijo dejó la gloria no tenía la intención de regresar en base a sus atributos divinos; al contrario, deseaba ser exaltado como hombre.
De este modo, Dios ratificó su principio de obediencia.
¡Cuán necesario es que seamos completamente obedientes, sin el más mínimo rastro de rebelión!
El Hijo volvió al cielo como hombre y fue exaltado por Dios después de ser obediente como hombre.
Encaremos este gran misterio de la Biblia.
Al despedirse de la gloria y vestirse de carne humana, el señor resolvió no volver en virtud de sus atributos divinos. Y porque nunca mostró ni la más leve señal de desobediencia, Dios lo exaltó por razón de su humanidad.
Cuando vino, el Señor desechó su gloria; pero cuando regresó, no sólo recobró esa gloria sino que recibió más gloria.
Haya también en nosotros este sentir que hubo en Cristo Jesús.
Andemos todos en el camino del Señor y lleguemos a la obediencia haciendo de este principio de obediencia nuestro propio principio. Sometámonos unos a otros.
Una vez que hayamos comprendido este principio, no tendremos ningún problema en percibir que no hay ningún pecado más grave que la rebelión y que no hay nada que sea más importante que la obediencia.
Tan sólo en el principio de la obediencia podemos servir a Dios; tan sólo en obedecer como Cristo lo hizo podemos reafirmar el principio de autoridad de Dios, pues la rebelión es el resultado del principio de Satanás.
Finalmente, Se dice en Hebreos 5.8 que Cristo "aprendió la obediencia por las cosas que padeció" (Versión Moderna).
El sufrimiento hizo obedecer al Señor. Notemos aquí que él no trajo la obediencia a esta tierra; él la aprendió, y 10 hizo por medio del sufrimiento.
Oh amadas y amados en Cristo, es cuando pasarnos por el sufrimiento que aprendernos la obediencia.
Tal obediencia es real. Nuestra utilidad no está determinada por el hecho de si hemos sufrido o no, sino por el de cuánto hemos aprendido a obedecer por medio de ese sufrimiento.
Sólo los obedientes son útiles a Dios. Mientras no se ablande nuestro corazón, el sufrimiento no nos dejará.
Nuestro camino consiste en muchos sufrimientos; los indolentes y los amantes de los placeres son inútiles delante de Dios.
Aprendamos, pues, a obedecer en el sufrimiento. La salvación hace que la gente sea obediente y tenga gozo.
Si tan sólo buscarnos el gozo, nuestras posesiones espirituales no serán muy ricas; pero los que sean obedientes experimentarán la abundancia de la salvación.
No cambiemos la naturaleza de la salvación.
Obedezcamos, porque nuestro señor Jesús, habiendo sido perfeccionado por medio de la obediencia, vino a ser la fuente de nuestra eterna salvación.
Dios nos salva para que obedezcamos su voluntad.
Sí, hemos tenido “un encuentro” con la autoridad de Dios, descubriremos que la obediencia es fácil y que la voluntad de Dios es sencilla; porque el señor mismo fue obediente y nos ha dado a nosotros esta vida de obediencia.