domingo, 10 de abril de 2022

#A329 Permanece en Unidad

 #A329 PERMANECE EN UNIDAD


"Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste." Juan 17: 20, 21.



INTRODUCCIÓN


Hace ya varios años que, con agradecimiento, he recibido de un venerable clérigo de una parroquia ubicada en los suburbios de nuestra ciudad, el texto para mi sermón del primer domingo del año. Suministrados por una misericordiosa Providencia, mi buen hermano me ha enviado con sus salutaciones cristianas, estos dos versículos para que nos sirvan de tema. Puesto que hemos gozado juntos durante varios años de una verdadera comunión de espíritu en las cosas de Dios, yo sólo espero que hasta que uno de los dos sea llamado para morar arriba, ambos podamos caminar juntos en el santo servicio, amándonos el uno al otro, fervientemente, con un corazón puro. 

La oración más tierna y conmovedora del Maestro, contenida en este capítulo, nos descubre lo más íntimo de Su corazón. Él se encontraba en Getsemaní, y Su pasión apenas estaba comenzando; estaba como una víctima en el altar, donde la madera ya había sido colocada en orden, y el fuego había sido encendido para que consumiera el sacrificio: alzando Sus ojos al cielo, mirando al trono de Su Padre con un verdadero amor filial, y descansando en humilde confianza en la fortaleza del Cielo, por un momento apartó la mirada del combate y de la resistencia hasta la sangre que estaba ocurriendo abajo. Pedía aquello en lo que Su corazón estaba puesto de lleno. Abrió ampliamente Su boca para que Dios la llenara. 

Esta oración, entiendo, no fue sólo la expresión casual del deseo del Salvador en el momento final, sino que es una suerte de modelo de la oración que presenta incesantemente ante el eterno trono. Hay una diferencia en el modo de su ofrecimiento; aquí abajo, Él ofreció Su súplica con suspiros y lágrimas; pero ahora, entronizado en la gloria, intercede con autoridad. Pero la súplica es la misma. Lo que deseaba cuando todavía estaba aquí, es lo que Su alma anhela con ansia ahora que ha ascendido y ha sido glorificado en lo alto. 

Amados, es significativo que en Sus últimos momentos, el Salvador no solamente desee la salvación de todo Su pueblo, sino que interceda por la unidad de los que son salvos, para que siendo salvos, puedan estar unidos. No basta con que cada oveja sea arrebatada de las fauces del lobo; Él quiere que todas las ovejas estén reunidas en un rebaño bajo Su propio cuidado. No está satisfecho con que cada uno de los miembros de Su cuerpo sean salvados como el resultado de Su muerte; Él necesita que esos miembros sean conformados en un cuerpo glorioso. 

Puesto que la unidad permanecía tan cercana al corazón del Salvador incluso en momentos de tan abrumadora tribulación, debía ser considerada por Él como algo inestimable e inapreciable. Es de esta unidad que hablaremos esta mañana, en este sentido: primeramente, tendremos algo que decir sobre la unidad deseada; luego, sobre la obra requerida, es decir, que los elegidos sean reunidos; en tercer lugar, sobre la oración ofrecida; en cuarto lugar, sobre el resultado anticipado; y, en quinto lugar, sobre la pregunta sugerida.

El título de este menaje es:

#A329 Permanece en Unidad

ORACIÓN


SOBRE LA UNIDAD DESEADA. 

Estas palabras del Salvador han sido pervertidas al punto de llegar a generar un mundo de perjuicio. Los eclesiásticos se han quedado dormidos, lo que, por lo demás, es su condición ordinaria; y mientras duermen, han soñado un sueño, un sueño fundamentado en la letra de las palabras del Salvador, sin llegar a discernir su sentido espiritual. Ellos han demostrado en su propio caso, -y ha sido demostrado en miles de otros casos- que la letra mata, y que únicamente el espíritu vivifica. Digo que habiéndose quedado dormidos, estos eclesiásticos han soñado acerca de una gran confederación que es presidida por un número de ministros, quienes a su vez son gobernados por oficiales superiores, y estos, a su vez, por otros que finalmente son regidos por una suprema cabeza visible que tiene que ser ya sea una persona o un sínodo: esta gran confederación abarca reinos y naciones, y se ha vuelto tan poderosa como para imponer su voluntad a los estados, influenciar en la política, guiar concilios, e incluso reunir y movilizar ejércitos. 

Ciertamente la sombra de la enseñanza del Salvador: "Mi reino no es de este mundo", debe haber provocado alguna ocasional pesadilla en mitad de su sueño, pero continuaron soñando; y lo que es peor, convirtieron el sueño en realidad, y hubo un tiempo cuando los declarados seguidores de Cristo eran todos uno, cuando mirando al norte, al sur, al este y al oeste, desde el Vaticano que era el centro, un cuerpo unido cubría a toda Europa. 

¿Y cuál fue el resultado? ¿Creyó el mundo que Dios había enviado a Cristo? No, el mundo creyó precisamente lo contrario. El mundo estaba persuadido de que Dios no tenía nada que ver con ese gran ente estrujante, tiránico, supersticioso e ignorante que se designaba a sí mismo: cristianismo; y los hombres pensantes se volvieron infieles, y fue algo extremadamente difícil encontrar a un genuino creyente inteligente al norte, al sur, al este o al oeste. Todos los que profesaban eran uno, pero el mundo no creía; sin embargo, Jesús no pensó nunca en este tipo de unidad: nunca fue Su intención establecer un gran cuerpo unido llamado Iglesia, que dominara y se enseñoreara sobre las almas de los hombres, y que incluyera en sus rangos a reyes, príncipes y estadistas que podían ser mundanos, impíos, malignos, sensuales y diabólicos. 

El designio de Cristo nunca fue montar una máquina de uniformidad que estrujara la conciencia; y así, esa gran máquina diseñada por el hombre, habiendo sido perfeccionada y puesta en marcha con el mayor vigor posible, en vez de dedicarse a que el mundo creyera que el Padre envió a Cristo, obró justamente esto: que el mundo no creyera absolutamente nada, sino que se volviera infiel, licencioso y podrido en su esencia, y el sistema tenía que ser abolido como un estorbo público, y algo mejor debía ser introducido en el mundo para restaurar la moralidad. Sin embargo, la gente sueña todavía ese sueño: incluso algunas buenas gentes lo hacen. 

Los Puritanos, después que fueron perseguidos y arrastrados a prisión en este país, huyeron a Nueva Inglaterra, y tan pronto desembarcaron en la costa, comenzaron a decir: "todos hemos de ser uno; no ha de haber ningún cisma"; y el gran látigo fue blandido en la espalda del cuáquero, y esposaron las muñecas sangrantes del bautista, porque estos hombres, de algún modo u otro, no serían del tipo que se sometería, sino que pensarían por ellos mismos y obedecerían a Dios antes que al hombre. 

Testimonio del Creyente

En nuestros días, ha habido esfuerzos en que el ecumenismo surge, tratando crear la Unidad entre los creyentes.

Es así que anglicanos y la Iglesia Ortodoxa Rusa, los Católicos, etc... buscan estar unidas; así, una vez más, todos serían uno. 

¡Un mero sueño! 

¡Una mera quimera de un cerebro amable pero extravagante! Si alguna vez llegara a ser una realidad, resultaría ser un árbol de upas, a cuya raíz todo hombre honesto debe poner de inmediato el hacha. 

Pero ¿qué quiso decir el Salvador con: 

"Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí"? 

Hemos de comenzar por el principio. 

¿Cuáles eran los elementos de esta unidad que Cristo deseaba tan ansiosamente? 

Este capítulo nos proporciona una respuesta muy clara. 

La unidad había de ser compuesta por los individuos que aquí son llamados "ellos"; "para que todos (ellos) sean uno." 

¿Podrían echar una mirada al capítulo entero para comprobar quiénes son 'ellos'? 

Miren en el segundo versículo: 

"Para que dé vida eterna a todos los que le diste". 


Entonces vemos que la unidad propuesta es de personas dadas especialmente a Jesús por el Padre. 

Entonces no se trata de todos los hombres que por casualidad vivan en alguna provincia en particular, o distrito, o ciudad, sino de una unidad de personas que han recibido, no la vida común que tienen todos, sino la vida eterna. 

Entonces, las personas especiales que han sido vivificadas por Dios el Espíritu Santo, y que han sido llevadas a una unión vital con la persona del Señor Jesús, son las que han de constituir una unidad. 

Además, son descritas en el versículo sexto como personas a quienes el nombre de Dios ha sido manifestado; personas que han visto lo que otros nunca vieron, y que han contemplado lo que otros no pueden saber. 

Son hombres que le fueron dados del mundo, según nos informa ese versículo: hombres elegidos, tomados de la masa ordinaria; entonces, no se refiere a toda la masa; no se trata de reinos, ni de estados, ni de imperios, sino de personas selectas. 

Son personas que han sido enseñadas, y que han aprendido lecciones inusuales: 

"Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti": y han aprendido bien su lección, pues encontramos que está escrito: "Han guardado tu palabra; y han creído que tú me enviaste." 


El versículo noveno describe que Cristo ora por ellos, en un sentido con el que nunca jamás ora por el mundo. 

Son personas, de conformidad al versículo décimo, en quienes Dios es glorificado; en quienes el nombre de Jesús brilla con resplendente lustre. 

Lean todo el capítulo, y descubrirán que la unidad que el Señor tenía en mente era la de personas elegidas que siendo vivificadas por el Espíritu Santo, son conducidas a creer en Jesucristo; personas orientadas a lo espiritual, que viven en el reino del espíritu, que valoran las cosas espirituales, y que forman una confederación y un reino que es espiritual y no de este mundo. 

Allí está el secreto.

Las mentes carnales oyen que Jesús llevará una corona de perlas; entonces encuentran perlas en las conchas y tratan de unir las conchas de las ostras, y, ¡qué cosa tan extraña confeccionan! 

Pero Jesús no aceptará ninguna unión de las conchas; las conchas deben ser quebradas como cosas despreciables; deben ser unidas las joyas y únicamente las joyas. 

Se rumora que el Rey ha de llevar una corona, y que esa diadema ha de ser construida de oro fino; al instante los hombres traen sus enormes pepitas, y quieren diseñar la diadema con grandes cantidades de roca, tierra, cuarzo, y no sé qué otras cosas más. 

Pero no puede ser así; el rey no se pondrá una corona como esa: Él refinará el oro, le quitará la tierra, y la corona será fabricada de oro fino, no del material con el que ese oro esté unido por casualidad. 

Entonces, ¿de qué está compuesta la única Iglesia de Dios? ¿Acaso está conformada por la Iglesia en el mundo, y por la Unión Congregacional, y por la Conferencia Wesleyana, y por el Cuerpo Bautista? 

No, no lo está. ¿Entonces la Iglesia en el mundo no es una parte de la Iglesia de Cristo, y la denominación Bautista no es otra parte? 

No; yo niego que estos cuerpos, como tales, sin refinar y en bruto, sean una parte de la grandiosa unidad por la que Jesús oró; pero hay creyentes unidos a la Iglesia de Inglaterra, que son una parte del cuerpo de Cristo, y hay creyentes en todas las denominaciones de cristianos, ¡ay!, y muchos en ninguna Iglesia visible en absoluto, que están en Cristo Jesús, y consecuentemente, están en la gran unidad. 

La Iglesia de Inglaterra no es una parte del verdadero cuerpo de Cristo, ni ninguna otra denominación como tal lo es; la unidad espiritual está conformada por hombres espirituales, separados, escogidos, tomados de toda la masa con la que se encuentran unidos. 

Tal vez he hablado con mucha audacia y corro el riesgo de ser malinterpretado; pero esto es lo que quiero decir: que no pueden seleccionar alguna iglesia visible, sin importar cuán pura sea, y decir que tal como está, pertenece a la unidad espiritual por la que Jesús oró. Hay en las iglesias visibles un cierto número de los elegidos de Dios, y estos son miembros del cuerpo de Jesucristo; pero sus compañeros creyentes, si no son convertidos, no están en la unidad mística. 

El cuerpo de Cristo no está conformado por denominaciones, ni por presbiterios, ni por sociedades cristianas. Está conformado por santos escogidos por Dios desde antes de la fundación del mundo, redimidos por sangre, llamados por Su Espíritu, y hechos uno con Jesús. 

Pero ahora, prosiguiendo, ¿cuál es el vínculo que mantiene juntos a los que están unidos?

Entre otros, está el vínculo del mismo origen. Cada persona que sea partícipe de la vida de Dios, ha provenido del mismo Padre divino. 

El Espíritu de Dios ha vivificado de igual manera a todos los fieles. No importa que Lutero sea muy disímil de Calvino; Lutero es hecho y es creado en una nueva criatura en Cristo Jesús por el mismo fiat (hágase) que creó a Calvino. 

No importa que Juan de Valdés, en la misma época, se oculte en la Corte de España, y difícilmente sea reconocido como un creyente; sin embargo, cuando hojeamos hoy su volumen, encontramos en sus "Cien Consideraciones", precisamente el mismo espíritu de gracia que palpita en las "Instituciones de la Religión Cristiana" de Calvino, o en "La Esclavitud de la Voluntad" de Lutero; y descubrimos la misma vida en cada uno; han sido vivificados por el mismo Espíritu, son revividos por la misma energía; y aunque no lo supieran, aun así eran uno. 

Es más, todos los verdaderos creyentes son sostenidos por la misma fuerza. La vida que hace vital la oración de un creyente hoy, es la misma vida que vivificó el clamor del creyente hace dos mil años; y si este mundo durara otros mil años, el mismo Espíritu que hará que las lágrimas rueden del ojo de un penitente en aquel entonces, es el que en este día nos conduce a inclinarnos delante del Dios Altísimo. 

Además, todos los creyentes tienen el mismo propósito y objetivo. Todo santo verdadero es disparado por el mismo arco, y está apresurándose hacia el mismo blanco. Podría haber y habrá mucho que no es de Dios en cuanto al hombre, mucho de debilidad humana, de contaminación y de corrupción; pero todavía el espíritu interior que Dios ha puesto allí, fuerza su camino hacia la misma perfección de santidad, y en el entretanto procura glorificar a Dios. 

Unidad en el Espíritu

El Espíritu Santo, que mora en cada creyente, es por sobre todo la verdadera fuente de unidad. Hace doscientos años, algunos de los cristianos de esta tierra nuestra eran cuerpos singulares, raros, extraños, extrañamente diferentes en su comportamiento externo, de sus hermanos de 1866; pero cuando hablamos con ellos a través de sus viejos libros de diferentes tamaños, si pertenecemos al pueblo del Señor, descubrimos que nos sentimos como en casa con ellos. Aunque la manifestación pudiera variar, el mismo Espíritu de Dios obra las mismas gracias, las mismas virtudes, las mismas excelencias, y así ayuda a todos los santos a comprobar que son de una tribu. 

Si yo encontrara a algún ciudadano inglés, en cualquier parte del ancho mundo, reconocería en él alguna semejanza conmigo; habría alguna característica en él por la cual su nacionalidad se vería delatada; y de igual manera puedo encontrar a un cristiano de hace quinientos años, en medio del catolicismo romano y del oscurantismo, pero su expresión lo delata; si mi alma avanzara cien años en el futuro, aunque el cristianismo habría podido asumir otro aspecto y otra apariencia exterior, podría todavía reconocer al cristiano, detectaría todavía el acento galileo, habría algo que me mostrara que si soy un heredero del cielo, soy uno con el pasado y uno con el futuro, sí, uno con todos los santos del Dios viviente. 

Este es un vínculo muy diferente del que los hombres procuran imponer a los demás para crear una unión. Colocan correas alrededor de toda la parte externa, nos amarran juntos con muchas ataduras, y nos sentimos incómodos; pero Dios pone una vida divina dentro de nosotros, y entonces llevamos los sagrados lazos del amor con tranquilidad. 

Conclusión parte II

Si ustedes tomaran los miembros de un cadáver, podrían atarlos, y luego, si transportaran el cuerpo a otra parte y el carruaje se sacudiera fuertemente, una pierna podría salirse de su lugar, y un brazo podría dislocarse; pero tomen a un hombre vivo, y pueden enviarlo donde quieran, y las ligaduras de la vida impedirán que se desarme. 

En todos los verdaderos hijos elegidos de Dios que son llamados, y escogidos, y que son fieles, hay un vínculo del misterioso amor divino que se hace presente a través de todo el conjunto, y son uno y deben ser uno, siendo el Espíritu Santo la vida que los une. 

Hay señales que evidencian esta unión, y que demuestran que el pueblo de Dios es uno. Sabemos que muchos deploran nuestras divisiones. Hay algunas divisiones que deben ser deploradas entre las confederaciones eclesiásticas, pero en la Iglesia espiritual del Dios vivo, yo realmente no puedo descubrir las divisiones que son proclamadas tan ruidosamente. 

Tengo la impresión de que las señales de unión son mucho más prominentes que las señales de división. 

Mantengámonos en Oración y clamemos por Unidad

Oración

Dios les Bendice!!

Ps. Jorge Macias Benitez