Hambrientos a la Vista
Nueva Serie
Ps. Jorge Macías Benitez (colaboración Ps. Julio Ruiz)
4 de Noviembre del 2021
Introducción
Hola buenos días, ¡Bienvenidos a esta Casa, la Casa de Dios, Reino de Dios Ministerios!
Soy el Pastor Jorge Macías Benítez, su hermano e Hijo de Dios; también de corazón te tiendo la mano, te abro el corazón y te quiero recibir, dar un abrazo…¡¡¡¡en el Amor del Señor…!!
Aconteció en abril de 1912, y una publicación de la época escribía:
“Podría decirse que todo el mundo civilizado se sintió consternado por el hundimiento del trasatlántico llamado Titanic.
Una de las causas de esa tragedia fue que los armadores y muchas autoridades marítimas creían que dicho barco no podía hundirse porque estaba perfectamente construido.
Pensaban esto porque el casco de la nave estaba dividido en compartimientos de tal manera que, si uno era averiado, los otros quedarían cerrados herméticamente y el barco permanecería a flote.
Basados en esta suposición se hizo navegar el barco a toda velocidad, por la noche, en una región donde había grandes masas de hielo flotante.
Contra una de éstas chocó el Titanic y comenzó a hundirse porque despreocupadamente, por ser el primer viaje, los compartimientos no habían sido bien cerrados.
Muchos creyeron que el barco no se hundiría y … ellos y él se fueron al abismo”
Amadas, amados en Cristo, el discípulo de Cristo tiene una seguridad no basada en ciertos “compartimientos”, sino en un depósito ya hecho en el cielo, que le permite ir por este mundo navegando y aunque se encuentre con “témpanos de hielo” jamás se hundirá en el abismo porque el barco donde navega está totalmente sellado, cuyo sello es el del Espíritu Santo.
De modo, pues, que la seguridad de quiénes somos no se basa en una mera experiencia emocional, sino en una experiencia de origen divina. Cristo ha perdonado mis pecados y ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. De eso se trata este tema. Veamos en qué consiste.
El título del mensaje - fundamentado en Romanos 8 - este domingo es:
#A310 Hambre de Certeza
Oremos
Certeza de la elección eterna
Predestinados por su conocimiento (versículo 29)
La palabra “predestinación” le ha dado muchos dolores de cabeza a algunos pensadores bíblicos.
De hecho, es una de las doctrinas que más controversia ha traído.
Pero es tan real y es ella la que tiene que ver con nuestro destino eterno.
En esencia, la predestinación es el acto de destinar una cosa con anterioridad.
En el contexto espiritual es el acto mediante el cual el designio de Dios escoge, a través de su gracia, a aquellos que han de ser salvos.
Vamos a verlo bajo la perspectiva de lo que el texto mismo nos ofrece.
Lo primero que resuelve la predestinación es el conocimiento previo.
Fuimos conocidos desde antes de la fundación del mundo. Por lo tanto, no somos desconocidos para Dios.
Si esto fuera el caso, Dios jamás tomaría interés en nosotros. ¿Nos es maravilloso saber que él nos conoce desde antes de nuestro nacimiento?
El asunto es que cuando Dios hizo sus planes no nos dejó por fuera.
Lo que llegamos a ser posteriormente no le tomó por sorpresa. Nos conoce perfectamente bien.
Él sabe de qué tamaño somos, como reímos y lloramos, pero, sobre todo, él sabe lo que sentimos y pensamos.
No hay nada en nosotros que Dios no lo haya conocido previamente. Eso es predestinación.
Predestinados conforme a su imagen (versículo 29b)
Pero la predestinación va más allá de un conocimiento previo.
Este texto nos sorprende al decirnos que el propósito de Dios con su predestinación ha sido traernos para que lleguemos a ser conforme a la imagen de su Hijo.
Esto sería algo así como la cumbre de todos los propósitos de Dios.
¿Qué significa llevar la imagen de Cristo en mi vida?
Cuando uno lee esto, la verdad es que comienza a ver que los planes anticipados de Dios para con nosotros son mucho más grandes en la forma como concebimos la salvación.
De hecho, esto va más allá de la salvación por cuando apunta al más completo y ponderado propósito de Dios que fue hacernos conforme a Cristo o parecidos a Cristo en lo que respecta a su fidelidad, obediencia, consagración y entrega a Dios.
Esto significa que la única manera que el mundo verá a Cristo es por medio de nosotros.
De allí el significado de ser hechos a la imagen de su Hijo.
¿Y cuál es la bendición final de esto?
Que por ser elegidos hijos de Dios, donde el Padre honró a Cristo, dándole muchos hermanos, él se constituye en el hermano Mayor.
¡Que bendición!
Predestinados hasta completar la obra (versículo 30)
La predestinación nos lleva a una consideración mayor.
Observe como en un solo texto nos encontramos con tres cosas que han sido hechas para nuestra salvación y estado eterno.
Si bien es cierto que hay una elección previa, hubo un tiempo, un día, una fecha, una ocasión y algún lugar cuando Dios nos llamó para que aceptáramos el regalo de su salvación.
La otra cosa que sucedió fue que, al ser llamados para salvación, Dios nos justificó.
La doctrina de la justificación por fe, por medio de la gracia divina es lo que sella nuestra salvación eterna.
Mattew Leighton, en su estudio de la justificación, lo menciona así:
“Lo que todos merecíamos era una condenación eterna.
La justificación no solo es una doctrina distintiva, sino que viene a ser la única solución al problema más importante de la humanidad: su propia injusticia y la ruptura de su relación con el Creador.
La justificación por la fe sola es el camino que Dios ha puesto para establecer de nuevo la paz entre Él y sus criaturas.
Es el corazón del evangelio, la buena noticia de la Biblia”.
Y a este acto divino Dios le añadió otra cosa más, ¿cuál? Que a “a éstos también glorificó”.
¿Le faltó algo más a la salvación?
Esto es predestinación.
Certeza de Protección Eterna
El Dios que está por nosotros (versículo 31)
Otra forma de decir este texto sería:
“Puesto que Dios está por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?”.
La primera impresión que yo tengo de este texto es que hasta ahora nadie supera al Dios que nos ha predestinado.
Dicho de otra forma, si Dios es el “poderoso gigante”
¿cuál será el Goliat que pretenda amenazarme y destruirme?
Pablo da por sentado en este capítulo 8 de Romanos que el discípulo de Cristo enfrenta los tiempos de grandes pruebas y reales tribulaciones.
La pregunta sugiere que el cristiano enfrenta siempre una oposición que es real.
En la carta a los Efesios 6 se nos dice que nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra principados y potestades.
Pero otra vez, la certeza de este versículo nos llena de una gran esperanza, pues quien quiera que sea nuestro enemigo no podrá contra el todopoderoso Dios que está por nosotros.
Desde el momento que conocimos a Cristo como el salvador y Señor contamos con nuestro Dios protector.
Brunner lo dice así:
“Es la salvación en contra de la cual todo lo que se oponga a nosotros no puede triunfar” (Comentario Bíblico Beacon: Romanos hasta 2 Corintios (Tomo 8) (Lenexa, KS: Casa Nazarena de Publicaciones, 2010), 189.
El Dios que provee para nosotros (vers. 32)
Este es un pasaje lleno de preguntas. Solo en estos versículos encontramos siete y todas ellas para afirmar las verdades de lo que tiene que ver con la seguridad a la que ha sido llamado el discípulo.
Cómo vemos esto.
Pablo viene abordando el gran tema de la elección anticipada a la que define como la predestinación del creyente.
En un texto como esto lo que uno más puede ver es la determinación que Dios tiene para hacernos bien.
El punto de satisfacer nuestras necesidades, cualquiera que sea, pasa por esta frase “el que no escatimó a su propio Hijo”.
Por lo tanto, si Dios derramó sobre nosotros su “don inefable” en lo que ha sido su más grande demostración de amor, debemos estar seguros de que no nos negará cualquier otra expresión de amor de las que tengamos necesidad.
El asunto es que no debe extrañarnos que detrás de la decisión de Dios por darnos al Hijo amado para que muriera por nuestros pecados, tenga la disposición de darnos con él todas las cosas.
“Si nos dio el bien mayor, ¿cómo no habrá de darnos los bienes menores?
Si nos dio el regalo de la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (6:23), ¿cómo no nos dará por añadidura las demás cosas?”
c. El Dios que intercede por nosotros (vers. 34)
La Biblia nos dice claramente que una de las cosas que hace nuestro común enemigo es el de acusarnos (vers. 33).
Sin embargo, aunque Satanás pretenda ser un abogado acusador, ya su acusación ha sido sancionada y defendida por Dios porque él es quien justifica.
Las preguntas de quién nos acusará o quién nos condenará tiene una sola respuesta: nadie.
¿Por qué decimos esto?
Porque la obra que hizo Dios por medio de Cristo le da al hijo de Dios una total seguridad que ni el mundo, ni su conciencia y ni Satanás, pueden ahora acusarle para que él viva en vergüenza y derrotado.
Así afirmamos que nadie tiene autoridad ni para acusarnos ni para condenarnos.
Que, si bien el mundo está bajo el maligno, no lo es para el hijo de Dios por cuanto él ha quedado libre de toda condenación.
Cristo hizo tres cosas por nosotros: lo primero fue morir, luego resucitar y ahora es nuestro sacerdote o intercesor celestial.
Esto significa que, si bien es cierto que hay los “acusadores de oficio”, también es cierto que ahora contamos con el abogado eterno que está delante de Dios, “el que también intercede por nosotros”.
Certeza de Permanencia Eterna
¿Quién nos separará del amor de Cristo? (versículo 35)
Y en verdad ¿habrá algo que nos pueda separar del amor de Cristo?
Bueno, en la próxima pregunta del mismo texto, el apóstol menciona siete potenciales cosas que nos podían separar del amor de Cristo.
Obsérvelas:
“Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada…”.
Si usted y yo hubiéramos vivido en esa época, debido a la férrea persecución a la que era sometido el discípulo, a lo mejor habríamos retrocedido.
Sin embargo, y, por el contrario, más bien nos va a decir categóricamente que frente a estas posibles cosas a las que no somos ajenos y que nos puede pasar en alguna etapa de nuestras vidas “somos más que vencedores” (vers. 37).
La verdad de este texto en relación con la seguridad eterna del discípulo es que independientemente de cuáles sean las circunstancias, y a pesar de cómo podamos sentirnos, tenemos que apoyarnos firmemente en la verdad de que Dios está con nosotros y por nosotros.
Nada puede separarnos de su amor.
La promesa es que vamos en un desfile de victoria siempre.
En esta vida nos enfrentamos a la lista hecha por Pablo, pero la seguridad de hacía donde vamos nos mantiene unidos al amor de Cristo. ¿Le separa esto del amor de Cristo?
“Por lo cual estoy Seguro…” (versículo 38)
¿De qué es lo que estoy seguro?
Bueno que a parte de las siete cosas que podamos vivir por nuestra condición humana, consideradas como pruebas comunes, Pablo menciona diez nuevas cosas que tocan otros niveles, que no son los cotidianos y que tienen proporciones de otras dimensiones que podían crear en nosotros inseguridad de nuestro destino eterno.
En ese orden aparece la muerte.
Bueno, ya ella ha sido vencida (1 Corintios 15). La vida, aquella con sus afanes, tampoco puede separarnos.
Ni ángeles con sus poderes, porque ya fueron vencidos.
Ni el presente ni el futuro, porque están en las manos de Dios.
Ni lo alto ni lo profundo, porque no hay lugar donde Dios no pueda estar.
Es más, aún cualquier otra cosa creada de la que no tengas conocimiento no te separará del amor de Dios, porque nada puede contra el Dios de donde vienen todas las cosas.
Como alguien lo ha dicho: “Nadie puede quitar a Cristo del creyente; nadie puede quitar al creyente de Cristo, y eso basta”.
Y si bien es cierto que ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Cristo, pudiéramos ser nosotros mismo con nuestras actitudes que nos separemos de él.
Ni la vida con su sufrimiento, ni lo que hay en el mundo nos separa del amor de Dios.
Y la razón es porque ahora nuestra vida está en las manos del Hijo y del Padre y nada ni nadie podrá arrebatarnos de su mano (Jn. 10:27-30). Por esto estamos seguros mis hermanos.
Conclusión
Dejé para citar Romanos 8:28 al final de este mensaje.
La razón es porque de este texto se desprende todo lo dicho.
Hay que destacar las palabras “los que aman a Dios” y luego “los que conforme a su propósito son llamados”.
En esto consiste la seguridad eterna del discípulo, aunque le pasen cosas que no entiende.
Volviendo a la historia del Titanic, el dueño del barco había dicho que ni siquiera Dios podía hundir semejante maravilla.
Pero aquella noche de abril de 1912 (vs Abr. 2022) no solo el barco más grande del mundo se hundía, sino que murieron 1.497 personas de las 2208 que viajan allí.
Pero en ese barco había muchos cristianos, incluyendo un pastor y unos músicos.
El nombre de uno de aquel pastor era Robert Bateman quien se quedó de pie en la cubierta mirando como su cuñada, la señora Ada Balls, subía al bote.
«Si no nos volvemos a ver de nuevo en este mundo -le dijo- nos veremos en el otro».
Y también estaba allí una orquesta compuesta por varios músicos, que no se conocían, pero se unieron en aquel momento del hundimiento del barco mientras tocaban el himno “¡Más cerca, oh Dios, de ti!”.
Ellos también murieron, pero aquella noche fría en medio del atlántico ellos se fueron para estar “cerca del Señor”.
Hay una seguridad eterna que no depende de un barco como el Titanic, sino de nuestro poderoso Dios.
Así dice una de aquellas estrofas del himno tocado esa noche:
“Más cerca, oh Dios de Ti, más cerca, sí! Aunque una dura cruz me oprima a mí. Será mi canto aquí: ¡Más cerca, oh Dios, de Ti, más cerca, sí!
Oremos
Ps. Jorge Macías Benitez