Serie: Tiempo de Transformación
#A238 ¿Para que Ser Siervo de Dios?
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Introducción
FUNDAMENTO DE UN SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 6 DE JUNIO DE 1880, POR CHARLES HADDON SPURGEON, EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.
Hola buenos días, ¡Bienvenidos a esta Casa, la Casa de Dios, ¡Reino de Dios Ministerios!
Amados en Cristo, queridos amigos, esta mañana del domingo 31 de mayo del 2020, el Señor nos va a Ministrar en relación con el tipo de relación que Dios ha diseñado para que tengamos con Él.
Escucha, hay un estrecho margen entre la indiferencia y la mórbida sensibilidad. De hecho, algunas personas no parecen sentir ninguna santo anhelo e incluso esconden el talento de su Señor en la tierra, lo dejan allí y se quedan complacidos y sintiéndose a sus anchas sin experimentar la más mínima tristeza o remordimiento.
Algunos otros profesan estar tan ansiosos de actuar correctamente que llegan a la conclusión de que nunca podrán lograrlo, y experimentan un horror de Dios y ven Su servicio como un trabajo fatigoso, y a Él mismo lo consideran un patron duro, aunque tal vez nunca lo digan.
Entre estas dos líneas hay un camino, estrecho como el filo de una navaja, que sólo podemos recorrer con la ayuda de la Gracia de Dios; ese camino, está libre de negligencia y de esclavitud a la vez, y consiste en un sentido de responsabilidad asumido valientemente con la ayuda del Espíritu Santo.
Amados, ese camino es el correcto y transita usualmente entre dos extremos: es el angosto canal que corre entre la roca y el remolino.
Dice nuestro Fundamento esta mañana:
“Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.”
Mateo 25:30.
“Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.”
Lucas 17:10.
“Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel.”
Mateo 25:21.
El título del Mensaje y Ministración del Señor esta mañana es:
¿Para que Ser Siervo de Dios?
o
Siervos Inútiles
Oremos
Una Vía Sagrada
Amados en Cristo, queridos amigos, hay una vía sagrada que circula entre la autoestima y el desánimo, una pista muy difícil de encontrar y muy difícil de seguir.
Cuando estás consciente de que has hecho las cosas bien y de que estás sirviendo a Dios con todas tus fuerzas, estás expuesto a grandes peligros, pues podrías llegar a pensar que eres una persona merecedora, digna de contarse entre los príncipes de Israel.
Difícilmente podría exagerarse el peligro de caer en el engreimiento, en la presunción y la soberbia; una cabeza mareada provoca pronto una caída.
Por otro lado, igualmente debemos temer ese sentido de indignidad que paraliza todo esfuerzo y que te hace sentir que eres incapaz de hacer algo grande o bueno.
Bajo este impulso, los hombres hemos evadido el servicio de Dios y se han refugiado en una vida de soledad; muchos en alguna momento de nuestras vidas, hemos sentido que no podemos combatir valientemente en la batalla de esta, y entonces terminamos huyendo del campo antes de que la batalla comienze.
Quién así actúa, termina convirtiendose en monje o eremita, como si fuese posible cumplir con la perfecta voluntad de Dios sin hacer nada en absoluto, y desempeñar los deberes que les corresponden en la vida, llevando un modo de existencia antinatural.
¿Capicci?
Bienaventurado es el hombre que encuentra el estrecho y angosto sendero que corre entre los elevados pensamientos acerca de su propio ser y los duros pensamientos acerca de Dios, entre el pundonor y la tímida huída de todo esfuerzo.
Amados en Cristo, queridos amigos, es mi Anhelo que el Espíritu de Dios guíe nuestras mentes hacia el dorado punto medio donde nuestras gracias se mezclan, y los vicios que contienden, igualmente naturales para nuestros malvados corazones, son todos excluidos. Que el Espíritu de Dios bendiga nuestros tres textos y los tres temas sugeridos por ellos, para que seamos enderezados, y luego, por la misericordia infinita, seamos guardados rectos hasta el gran día de la rendición de cuentas.
El Veredicto de Justicia
Amados en Cristo, queridos amigos, este veredicto de Justicia es contra el hombre que no usó su talento.
Dice la Palabra de Dios:
“Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.”
Mateo 25:30
Ese hombre es descrito aquí como un “siervo inútil” porque era holgazán, inepto y despreciable.
No le generó a su señor ningún interés por su dinero ni le prestó ningún servicio sincero. No respondió fielmente a la confianza depositada en él como lo hicieron sus consiervos.
Amados en Cristo, queridos amigos, esta persona inútil era un siervo.
Nunca negó que fuera un siervo; de hecho, debido a su condición de siervo entró en posesión de su único talento, y nunca puso reparos a esa posesión.
Si hubiese sido capaz de recibir más, no hay ninguna razón por la que no debería haber recibido dos talentos, o hasta cinco, pues la Escritura nos dice que el señor le dio a cada uno conforme a su capacidad.
Reconoció la autoridad de su señor incluso en el acto de enterrar el talento y al comparecer ante él para rendirle cuentas.
Esto hace que el tema nos lleve a ustedes y a mí a escudriñar más nuestros corazones pues nosotros también profesamos ser siervos, siervos del Señor nuestro Dios.
El juicio ha de comenzar por la casa de Dios, esto es, por quienes están en la casa del Señor como hijos y siervos.
Por lo tanto, miremos bien nuestras salidas.
Si el juicio comienza primero por nosotros:
“¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?”
“Y: si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?”
Si nuestro texto trata del juicio de los siervos, ¿cuál será el juicio de los enemigos?
Amados, este hombre reconoció, incluso hasta el final, que era un siervo, y aunque fue lo bastante impudente e impertinente para expresar la más perversa y calumniosa opinión acerca de su señor, no negó su propia posición como siervo, ni el hecho de que el talento era de su señor, pues dijo:
“Aquí tienes lo que es tuyo.”
Al hablar así fue más allá de lo que hacen algunos cristianos hoy, que viven como si el cristianismo consistiera en comer grosuras y en beber vino dulce nada más y no en servir en absolutamente nada; como si la religión constara de muchos privilegios mas no de preceptos, y como si, cuando los hombres son salvados, se convirtieran en holgazanes para quienes es un asunto de honor magnificar la gracia inmerecida y hacerlo quedándose todo el día en la plaza desocupados.
Oh Amados, Conozco a algunos que nunca mueven una mano por Cristo y, sin embargo, lo llaman Maestro y Señor.
Mmmmm, sin duda les irá muy mal en Su venida; muchos de nosotros reconocemos que somos siervos, que todo lo que tenemos le pertenece a nuestro Señor, y que estamos obligados a vivir para Él.
Hasta aquí todo está bien; Ahora, pudiéramos llegar tan lejos como eso, y, sin embargo, ser considerados siervos inútiles y ser echados en las tinieblas de afuera, donde será el lloro y el crujir de dientes.
Pongamos mucho cuidado a ésto.
Escucha querido, aunque este hombre era un siervo, pensaba mal de su señor y le desagradaba estar a su servicio, pues le dijo:
“Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste.”
Ciertos creyentes que han entrado a hurtadillas en la iglesia piensan lo mismo, pues no se atreven a decir que lamentan haberse unido a la iglesia, y sin embargo actúan de tal manera que todos pueden concluir que si éso pudiera revertirse, no harían lo mismo otra vez.
No encuentran placer en el servicio de Dios, pero continúan cumpliendo con su rutina como un asunto de hábito o de una severa obligación.
Adoptan el espíritu del hermano mayor, y dicen: “He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.”
Se sientan en el lado sombreado de la piedad, y nunca toman el sol que resplandece a plenitud en la piedad.
Olvidan que el padre le dijo al hijo mayor: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.”
Podía haber tenido tantos festejos, tantos corderos y cabritos como lo hubiera deseado, y no se le habría negado nada bueno.
La presencia de su padre debió haber sido su gozo y su deleite, y ser algo muy superior a todas las fiestas con sus amigos; y habría sido así si hubiera tenido el apropiado estado de corazón.
Talento escondido
Oh Amados, el hombre que escondió su talento había llevado el espíritu malo y petulante mucho más lejos que el hermano mayor, pero los gérmenes eran los mismos, y debemos asegurarnos de aplastarlos al inicio.
Este siervo inútil miraba a su señor como alguien que segaba donde nunca había sembrado, y que solía recoger donde nunca había esparcido; quería decir que era una persona dura, exigente e injusta, a quien era difícil agradar.
Juzgaba que su señor era alguien que esperaba más de sus siervos de lo que tenía el derecho de esperar, y tenía tal odio contra su injusta conducta que resolvió decirle en su cara lo que pensaba de él.
Este espíritu puede introducirse fácilmente en las mentes de las personas que dicen Creer en Dios, en Cristo; me temo que es el espíritu que cobija a muchas personas incluso hoy, pues no están contentas con Cristo.
Si necesitan experimentar placer van fuera de la iglesia para obtenerlo.
Su Gozo no están dentro del círculo del cual Cristo es el centro.
Su Fe constituye su labor, mas no su deleite; su Dios es su terror, mas no su Gozo.
No se deleitan en el Señor, y por tanto, Él no les concede el Anhelo de su corazón y por consiguiente su descontento crece más y más.
No podrían llamarlo: “Dios de mi alegría y de mi gozo,” y entonces resulta que Él es un terror para esas personas.
Amados, la devoción es un monótono compromiso para ellas; desearían poder escapar de ese compromiso con una conciencia tranquila.
De hecho, nunca llegan al punto de decirle eso a su ‘yo’ secreto, pero puedes leer entre líneas estas palabras: “¡Oh, qué fastidio es esto!”
No ha de sorprender que las cosas lleguen al punto de que una persona que dice Creer se convierta en un siervo inútil, pues, ¿quién puede hacer bien un trabajo que detesta?
Amado, Escucha:
“El servicio forzado no sube como Olor fragante hasta el Trono de la Gracia.”
Ps. Jorge Macias Benítez
Dios no necesita que unos esclavos honren Su trono.
Un siervo que no esté contento con su situación sería mejor que se fuera; si no está contento con su Señor sería bueno que encontrara otro, pues su relación mutua será desagradable e inútil.
Cuando se llega al punto en el cuál ya no estamos en Gozo con Dios, y más bien nos sentimos insatisfechos con Su trabajo, sería mejor que buscáramos a otro señor, si nos fuera posible, pues ciertamente seremos inútiles para el Señor Jesús debido a nuestra falta de amor por Él.
Ahora, amados si continuamos escudriñando esa pequeña porción de la Palabra, notemos que aunque este hombre no estaba haciendo nada por su señor, no se consideraba un siervo inútil.
No mostraba ningún sentimiento de indignidad, ninguna humillación, ninguna contrición.
Estaba tan endurecido como un metal y le dijo descaradamente:
“Aquí tienes lo que es tuyo.”
Se presentó ante su señor sin presentar disculpas ni excusas.
No se identificó con aquellos que, después de haber hecho todo lo que se les había ordenado, dijeron luego: “Siervos inútiles somos,” pues sentía que había tratado con su Señor como lo merecía la justicia del caso; ciertamente, en lugar de reconocer cualquier falta recurrió a acusar a su señor.
Amados, lo mismo sucede con los falsos creyentes; no tienen la menor idea de que son hipócritas, y ese pensamiento no se cruza por sus mentes.
No tienen ninguna noción de que son infieles.
Si llegaras a sugerírselo, verías cómo se defienden; si no viven como deberían hacerlo, exigen que se apiaden de ellos antes de que se les culpe.
La culpa la tiene la Providencia; la culpa la tienen las circunstancias; la culpa es de alguien más y no de ellos.
Ese tipo de creyentes, no han hecho nada y sin embargo se sienten más tranquilos que quienes han hecho todo lo que debían hacer.
Se han tomado la molestia de cavar en la tierra y enterrar su talento y, prácticamente, preguntan: ¿qué más quieres? ¿Es tan exigente Dios como para esperar que yo le traiga más de lo que Él me dio?
Piensan, “soy tan agradecido y devoto como Dios me hace; ¿qué más habría de requerir?”
No vemos que se incline en el polvo con un sentido de imperfección, sino que le echa arrogantemente toda la culpa a Dios; y ¡hace eso, también, bajo la pretensión de honrar Su gracia soberana!
¡Uffff…! Amados, que los hombres sean capaces de torturar la verdad para convertirla en una falsedad tan presuntuosa, es en verdad increíble pero lastimosamente cierto y real, más real que nunca hoy.
Veredicto
Amados en Cristo, queridos amigos, el veredicto final de la justicia podría resultar muy opuesto al veredicto que pronunciamos sobre nosotros mismos.
Quien orgullosamente se considera útil será encontrado inútil, y quien modestamente se juzga inútil podría llegar a oír al final que su Señor le dice: “Bien, buen siervo y fiel.”
Escucha, debido a los defectos de nuestra conciencia somos tan poco capaces de formarnos un recto juicio sobre nosotros, que frecuentemente nos consideramos ricos y nos hemos enriquecido y que no tenemos necesidad de nada, cuando, en verdad, estamos desnudos, y somos pobres y miserables.
Tal era el caso de este siervo infiel: se había envuelto en la noción altiva de que él era más justo que su señor, y esgrimía un argumento que él pensaba que le exoneraría de toda culpa.
Deberíamos escudriñar mucho nuestro corazón cuando notamos lo que hizo este siervo inútil o más bien, lo que no hizo.
Depositó cuidadosamente su capital donde nadie fuera capaz de encontrarlo y robarlo; y allí terminó su servicio.
Debemos observar que no gastó el talento en algo para él mismo, ni lo usó en negocios para su propio beneficio.
No era un ladrón, ni se había apropiado indebidamente de dineros puestos bajo su cargo.
En ésto sobrepasa a muchos que profesan ser siervos de Dios y, sin embargo, viven únicamente para ellos mismos.
El escaso talento que tienen lo usan en sus propios negocios y nunca en los asuntos del Señor.
Tienen el poder de obtener dinero, pero su dinero no es ganado para Cristo; nunca se les ocurre una idea de tal naturaleza.
Todos sus esfuerzos están encaminados a fines egoístas, o—usando otras palabras que expresan lo mismo—para sus familias.
Podemos ver por todas partes entre los creyentes de la fe, que viven para ellos mismos; no son adúlteros ni borrachos.
Están muy lejos de serlo; tampoco son ladrones ni derrochadores, son personas decentes, ordenadas y apacibles.
Aún así, comienzan y terminan con su ‘ego.’
· ¿Qué es esto sino ser un siervo inútil?
· ¿De qué me serviría un siervo que trabajara duro para sí mismo y no hiciera nada para mí?
Un cristiano creyente y practicante, es más que sirve a Dios, podría trabajar duramente hasta volverse un hombre rico, un regidor en la ciudad de México o en el Estado de México, aquí mismo en Ciudad Satélite, un alcalde, un miembro del Parlamento, un millonario; Ahora, ¿qué probaría eso?
Pues bien, probaría que podía trabajar y que en efecto trabajó bien para su propio provecho; y si hizo todo eso mientras hacía poco o nada por Cristo, su propio éxito lo condena todavía más; si hubiera trabajado para su Señor como trabajó para su propio interés, ¿qué no habría podido lograr?
El siervo inútil de la parábola no era tan malo como eso; y sin embargo, fue echado en las tinieblas de afuera.
Entonces, ¿qué sucederá con algunos de quienes ven, escuchan o leerán esto?... o ¿y yo mismo?
Conclusión
Un maestro le preguntó a uno de sus estudiantes: “¿Qué estás haciendo, Juan?”
Fue llamado y creyó salir bien librado al responder: “No estaba haciendo nada, señor”; pero su maestro le dijo: “Ésa es precisamente la razón por la que te llamé, pues debías haber estado estudiando la lección que te asigné.”
Amados, al final, no será ninguna excusa que clames: “¡No estaba haciendo nada, señor!”
¿No se les ordenó, a los que habían sido puestos a la izquierda, que se apartaran con una maldición contra ellos porque no habían hecho nada?
¿Acaso no está escrito: “Maldecid a Meroz, dijo el ángel de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes”?
El que no hace nada es un “Siervo malo y negligente.”
Amados en Cristo, queridos amigos, en el mundo venidero, donde no hay obstáculos provenientes de la existencia de una iglesia y un Evangelio, el hombre progresará hacia una más espantosa madurez de enemistad contra Dios y a un grado más horrible de una consiguiente miseria.
La aflicción está vinculada con la condición pecaminosa; al permanecer en su pecaminosidad, un hombre necesariamente ha de permanecer en la desgracia, pues el malvado es semejante al mar encrespado que no puede descansar, cuyas aguas arrojan lodo y suciedad.
· ¡Qué será estar para siempre fuera de la familia de Dios!
· ¡No ser nunca hijo de Dios!
· ¡Estar por siempre en medio de tinieblas!
· ¡No ver nunca la luz del santo conocimiento, y la pureza y la esperanza!
· ¡Crujir para siempre los dientes con un doloroso desprecio y aborrecimiento hacia Dios, y que odiarlo sea el infierno!
Amados, es mi Anhelo y Oración que Dios nos conceda Su Gracia de ser conducidos a amarlo, pues amarlo es el cielo.
El siervo inútil tenía que recibir una terrible paga cuando su señor hizo cuentas con él, pero ¿quién podría decir que no la tenía bien ganada?
Tenía la debida recompensa por sus actos.
¡Oh Dios nuestro, concédenos que ésa no sea el destino de ninguno de nosotros!
¡En el Nombre de Jesús…!
Oremos
¡Dios los Bendice!
Ps. Jorge Macías Benítez